Continuando con una serie de posteos, en dónde entre la mala salud de la economía mundial y su correlato en el deterioro político e institucional nacional e internacional, descuella ante todos los analistas el problema de la deuda, recientemente abordado por Kristalina Ivanova Gueorguíeva-Kinovala, titular del FMI. En este caso, es el problema de la deuda de los países centrales, no los más acuciantes de los países periféricos.
Según sus cálculos, siete de las economías más grandes (Canadá, Francia, Italia, Japón, España, el Reino Unido y Estados Unidos) acumulan una deuda equivalente a más del 100% de su PIB, algo nunca antes registrado, con tasas de interés tan altas. Sus monedas estarían a punto de sufrir una serie de devaluaciones que recuerdan a las crisis financieras de finales de la década de 1990, pero a una escala mucho mayor. Para dar un ejemplo, Japón en 1990 tenía una deuda del 50% de su PIB, hoy es del 245%. Incluso tras la Gran Recesión, esta relación deuda/PIB era menor. Y aunque la relación era algo mayor al comienzo de la pandemia, las tasas de interés estaban en mínimos históricos. Hoy, se combinan explosivamente, ambas alzas.
El FMI también estima que la mayor parte de este grupo de países se endeudó considerablemente durante la crisis financiera mundial del 2008 y profundizó esa deuda durante la pandemia de COVID-19.
Si tenemos en cuenta que la guerra comercial neo mercantil en que se ha sumido el capitalismo causará un deterioro del comercio mundial, la pregunta que sobrevuela todo este tema es ¿Cómo se pagará la deuda bajo estas condiciones?
Tenemos como un antecedente posible el período de entreguerras – donde no había instituciones supranacionales de regulación de la economía – en el que la guerra de monedas y barreras al comercio desembocó, no sólo en una gran crisis económica, sino en un estallido bélico sin parangón.
Una primera moneda que se devalúe en forma drástica para licuar las deudas de un país, causaría inflación y un efecto contagio de imprevisibles consecuencias. Pero los inversores también pueden ser quienes impulsen una devaluación. Si creen que un país pronto sufrirá inflación de modo que sus bonos podrían caer, o si sospechan que ese país está por devaluar su moneda, entonces comenzarán a vender sus valores y divisas en el mercado abierto, agravando el problema.
Eventos como este pueden comenzar sin previo aviso y acelerarse a un ritmo vertiginoso, cuando los gobiernos se afanen por refinanciar sus deudas. Si la devaluación se convierte en una desbandada, los bancos centrales tendrían que intervenir y disponer de sus reservas para comprar sus propias monedas. Pero mientras tanto, la incertidumbre dispara los tipos de interés – ya altos – dificultando aún más la obtención de préstamos.
Si Estados Unidos devaluara el dólar drásticamente —por ejemplo, recortando los tipos de interés y provocando deliberadamente una mayor inflación—, países como Canadá, México y China podrían seguir el ejemplo, empeorándolo todo.
Las devaluaciones como las producidas durante la crisis de los Tigres asiáticos, el tequila o la rusa de fines de los ‘90 causaron una ola de ventas que afectaron a varios países. Los inversores comenzaron a dudar del valor de varias monedas y, uno tras otro, huyeron de esas posiciones. En ese entonces, todos los países devaluaron, y solo Rusia incumplió el pago de su deuda. Se produjeron rescates financieros, los gobiernos impusieron medidas de austeridad y el nivel de vida se desplomó. En Corea del Sur, el PIB per cápita en dólares se redujo en un tercio entre 1997 y 1998, originando una crisis cuyos efectos todavía hoy perduran.
En ese tiempo, el repentino colapso de tantas divisas sorprendió a los mercados. Los inversores no comprendieron la correlación entre sus riesgos; sus carteras no estaban lo suficientemente diversificadas como para evitar un desastre. Las crisis asiática y rusa acabaron hundiendo a Long-Term Capital Management – creada en 1994 – uno de los fondos de cobertura más grandes del mundo.
Existe otra fuente de contagio que es específica de las principales economías y, por lo tanto, no se observó en las crisis asiática y rusa. Dado que los grandes bancos centrales poseen valores denominados en las monedas de los demás, la devaluación de cualquiera de ellos podría reducir el valor de todas sus reservas, debilitando su capacidad para defender sus propias monedas de la especulación.
En la eurozona, donde Alemania manda por su situación económica general y porque su exposición fiscal es menor, Francia, Italia y España, serían candidatas a devaluar el euro y buscar rescates financieros, en contra de los intereses germanos que se verían dañados por la inflación.
Si estos países necesitaran billones de dólares para afrontar sus deudas – y tal es el caso – la presión sobre los mercados crediticios podría provocar un aumento de los tipos de interés a largo plazo en todo el mundo.
En líneas generales, el movimiento hacia el colapso se ha iniciado con un mercado que ha desviado grandes sumas de los bonos gubernamentales hacia valores corporativos. Actualmente, los bonos japoneses se encuentran cerca de sus rendimientos más altos desde finales de la década de 2000. El resto de las economías endeudadas ya mencionadas registra sus rendimientos más altos en más de una década, pero los niveles de deuda de la década de 2010 eran más manejables.
En Estados Unidos, el rendimiento de los bonos del Tesoro a 30 años se acerca al 5%, llevando al tesoro hacia una estrategia de financiación a corto plazo.
Desde que los niveles de deuda rozan máximos históricos y las tasas de inflación erosionan el valor de las divisas, los inversores han buscado refugios seguros fuera de esos mercados. Uno de esos refugios tradicionales es el oro. Desde que comenzó la campaña de ajuste de la Reserva Federal de EE.UU., en 2022, su precio en dólares ha subido un 70%.
Por ahora, los mercados están relativamente tranquilos. Pero el FMI prevé que la presión sobre los presupuestos públicos aumente a medida que la guerra arancelaria frena el crecimiento global, la población empobrece y los expertos económicos siguen advirtiendo sobre crisis fiscales.
En el centro del problema se sitúan, luego de la contabilidad creativa y la magia financiera, una realidad de dos niveles: 1) Nadie hablaría de esto si la actividad económica fuera pujante, si el ciclo de globalización fuera ascendente y la distribución razonable, y 2) No se puede achicar el gasto sin aumentar los impuestos, por lo que las visiones dominantes en Occidente parecen iniciadas a achicar el gasto y reducir impuestos para “reavivar” la economía. Un hermoso plan como la Ley de Presupuesto de Trump que garantiza la constante concentración de la riqueza que esas economías han visto en los últimos 30 años.