La materia del derecho es la palabra. Cumple la doble función de describir lo permitido y lo prohibido, y también de hacerlo performativo, como puente necesario de la potencia al acto. La palabra es la sustancia primordial para el funcionamiento del sistema institucional, desde la ley a los actos de gobierno.
El valor del compromiso asumido por el Presidente de la Nación de abandonar el lenguaje soez, es mayúsculo. Las razones son varias y merecen un análisis, desde lo más ontológico hasta lo electoral.
La palabra tiene una doble naturaleza en política: puede ser pacificación o violencia. Hasta acá es claro que la Argentina ha estado inmersa en un espacio puramente agonal, en un marco complejo, porque los partidos políticos dejaron de funcionar como válvulas de escape del sistema.
Históricamente fueron el ámbito que amortiguaba la polémica, la tensión entre ideas. Esa era su naturaleza de origen y, a pesar del mandato constitucional, la nueva realidad de una sociedad de redes los llevó puestos. Quedaron reducidos a una nostalgia, donde los comités y las unidades básicas fueron reemplazados por las redes, una modulación que reemplazó esos moldes estáticos.
Es en ese ámbito donde la palabra adquiere un valor todavía mayor, especialmente porque el tiempo se aceleró, y las largas tertulias fueron reemplazadas por consignas cortas y efectistas, condenadas al olvido por el próximo mensaje. Las discusiones son ahora incandescentes y a velocidad de vértigo; ese es el nuevo espacio de la política.
La importancia del compromiso presidencial toma toda su dimensión por esa ontología, pero también por el tiempo en el que ocurre, que es el preludio del período electoral, donde lo que manda es la lucha más que la persuasión. Es, así, un acto de enorme valor institucional, por quién lo emite, en el marco que lo hace y en el tiempo en el que lo ejecuta.
Pero sobre todo es alentador, porque permite entrever un nuevo horizonte político para después de las elecciones. Si hasta acá la palabra, especialmente en las redes, ha sido una performance de posicionamiento para superar condiciones de gobierno limitadas por mayorías adversas en el Congreso, pareciera que el compromiso presidencial deja ver una nueva etapa, donde abandona su rasgo agonal y pasa a un modelo arquitectónico.
Muchos pensarán que es una expresión de deseos. Otros que la única forma de gobernar la Argentina y de provocar cambios es con la violencia verbal. Para los primeros, ojalá se equivoquen; para los segundos, es un error, que la historia enseña que se pagó siempre caro, más las sociedades que los gobiernos.
La palabra en su faz civilizada es una invitación al diálogo porque crea el marco para una pelea domesticada. En un mundo de redes y con partidos anquilosados, debe ser una herramienta de moderación y no de desmesura, de aproximación a lo que no se conoce o lo que se necesita.
El mayor aporte a un sistema institucional debilitado es empezar a discutir ideas con palabras que expresan el pensamiento, abandonando aquellas que lo afean, desdoran y corrompen.