I. Desde Maquiavelo en adelante, por qué no, desde Julio César en adelante, se sabe que en política los agradecimientos no existen o por lo menos no son obligatorios. Javier y Karina conformaron este principio con sus aliados del Pro. Las exigencias fueron terminantes: el acuerdo político se hace según las pretensiones de la La Libertad Avanza. El nombre de la sigla partidaria es nuestro, los colores son nuestros y los principales candidatos son nuestros. Alguna propina como para despuntar el vicio pero no mucho más. El propio Macri admitió que sus aliados históricos, o ese aliado que él contribuyó a fortalecer en la campaña electoral contra Patricia Bullrich, ejerce en la alianza una posición dominante. Más porteño que Gardel, el Pro debió resignarse a ir al pie de los hermanitos. El desplume fue casi absoluto. Los primos Macri podrían decir como el personaje de Discèpolo: “No me has dejao ni el pucho en la oreja”.
II. En nombre del realismo dirigentes del Pro aseguran que otra alternativa no tenían. Raro. Suponer que la humillación es la exclusiva alternativa es renunciar a ciertos valores, pero también a ciertos principios de lucha por el poder decisivos para hacer política. Bajarse los pantalones por dos diputados uno de los cuales tal vez no sea elegido, no es muy elegante que digamos y sobre todo, no habla bien de la adhesión de esos políticos a las tradiciones de su partido. El argumento a favor de la humillación es que “vamos a perder”. Hace unos años, conversando con mi amigo Natalio Botana, él mencionó una categoría para pensar la política necesaria en los tiempos actuales. Según su opinión la democracia incluye una pasión por la victoria pero también una ética de la derrota. perder una elección en democracia no es una catástrofe o una vergüenza. En la historia política de Occidente abundan los ejemplos de candidatos de derecha o de izquierda, conservadores o liberales, que perdieron elecciones una y otra vez hasta que ganaron. Lula y Tabaré Vazquez se cansaron de perder elecciones hasta llegar al poder. Sebastián Puñera en Chile o José maria Aznar también conocieron el sabor de la derrota, uno con Felipe Donlzlez, el otro con Michelle Bachelet. Para no hablar de Mitterrand en Francia, Nixon en EEUU o Beguin en Israel. En todos los casos, las derrotas los templaron, pero por sobre todas las cosas a ninguno de ellos la derrota los condujo a refugiarse como desvalidos corderitos en el regazo de sus adversarios. José Aguirre Cámara, político conservador de los años treinta dijo que en su larga y aguerrida vida política las enseñanzas más trascendentes las aprendió perdiendo elecciones, no ganando. Y esto lo dijo un político guapo, un político acostumbrado a defender las urnas con el revólver en el cinto, un político que peleaba sin dar ni pedir cuartel como muy bien lo sabían los radicales sabattinistas de Córdoba. Aguirre Cámara, conservador y liberal no era iluso y mucho menos cándido, pero consideraba que las decisiones políticas consistentes en bajarse los pantalones no son las más adecuadas para un político con sangre en las venas.
III. El presidente Javier Milei se ha comprometido solemnemente a no insultar más a sus adversarios o enemigos, distinción esta última a la que habría que prestar atención, porque no me queda del todo claro si el presidente sabe distinguir esas diferencias. Daría la impresión que la cercanía de las elecciones, o los estudios de opinión coincidentes acerca de que en los últimos meses el señor Milei profirió algo así como un millar de insultos de distinta resonancia y diferente procacidad, lo han persuadido de suavizar sus adjetivos. Según me informan, la promesa la hizo en el acto convocado por Agustín Laje. Todo bien, pero con todo respeto, estimo que Laje y Márquez no son las compañías más distinguidas para hacer una promesa a favor de comportamientos civilizados. Insisto, con todo respeto. ¿O acaso no nos dominaría a todos el duende de la duda si escuchamos a un viejo libertino proclamar la castidad en un burdel o en un garito? De todos modos, no deja de resultar algo desopilante e incluso propio del grotesco, que un presidente de la nación prometa, como el personaje Jaimito de la picaresca, portarse bien. Claro está que el hombre no se privó de hacer algunas advertencias y deslizar uno que otro reproche. Retórica nada original en las carpas mileístas pero dignas de ser tenidas en cuenta. “Me juzgan por las formas y no los contenidos”, exclama, disimulando apenas su indignación de que los argentinos sean tan injustos con él. Las formas. Insultar al prójimo sería una cuestión de formas, una minucia, un detallecito menor, como no combinar el color de la camisa con el color de la corbata. Minucias propias de “disminuídos mentales” Yo, por ejemplo, voy al almacén de la esquina y le digo al almacenero: “Escuchame pedazo de cornudo, ameba asquerosa, reptil mugriento, vendeme un kilo de mortadela, dos salamines y un porrón de cerveza”. Después, me cruzó al local de venta de ropa femenina porque le quiero hacer un regalo a mi hija, y le digo a la amable señora que me atiende: “Prostituta barata, ninfómana reblandecida, mechera inmunda”, vendeme un pantalón para dama y ese juego de sandalias que está en la vidriera”. Creo que no hace falta abundar en consideraciones para imaginar cómo reaccionarían el almacenero y la vendedora de ropa. Pero si eso ocurriera, si yo de pronto me viera acosado por las reacciones indignadas de estos comerciantes, en el acto citaría las ideas de nuestro presidente y les reprocharía enérgicamente que se enojen por mis modales o mis singularidades verbales, una mera formalidad, cuando lo que importa es que como buen cliente les estoy comprando al contado.
IV. Sigamos. El autoevaluado como el mejor presidente de la historia, nos recuerda que al presidente Sarmiento le decían “loco” como a él, y era célebre por sus arranques de cólera. ¿Alguien tendrá la buena disposición de recordarle a Milei que a Sarmiento por lo que se lo recuerda es por la creación de miles de escuelas financiadas por el estado; también por haber escrito algunos libros considerados entre los más destacados de la literatura nacional? Nada personal, pero de Milei no conozco alguna iniciativa a favor de la educación pública, más bien lo contrario, y, por supuesto, en su currículum faltan los equivalentes al “Facundo”, “Recuerdos de provincia”, “Viajes”, “Mi defensa”, libros que los escribió él, libros que nacieron de su genuina inspiración y nadie, ni sus enemigos más rabiosos -que los tenía y eran muchos- lo acusó de haber plagiado una frase, virtud de la que Milei no puede enorgullecerse. Recuerdo, por último, que Sarmiento era muy respetuoso de su investidura presidencial y, como dijera Paul Groussac, que mucho no lo quería, más de una vez contenía sus iras en nombre de su responsabilidad como primer mandatario, y si en algunos actos públicos se aburría más augusta y solemne era la expresión de su rostro.
Publicado en El Litoral el 6 de agosto de 2025.