Desde hace unos años vengo apuntando que, cualquiera sea la envoltura ideológica, populista o libertaria, nuestra política es polarizante y facciosa. Ambos atributos, aparentemente contradictorios, marchan a la par; su dinámica ha erosionado el Centro político y echado combustible a un antagonismo intenso.
Basta con echar un vistazo a los preparativos de los próximos comicios en la provincia de Buenos Aires para percatarse de que ese dualismo histórico, ahora incentivado por los aparatos oficialistas y kirchneristas, goza de excelente salud. Los extremos celebran pues su vigencia y apuestan a que ese formato no sufra mayores inconvenientes.
El rasgo más pernicioso de este escenario es la carga emocional con la que se concibe la política como una lucha entre el bien y el mal, a la manera de un conflicto entre los ciudadanos de bien y los representantes de un mundo perverso al que hay que destruir en una batalla cultural.
Los medios empleados a tal propósito son variados. Según el kirchnerismo, se trata de sobrevivir sin que se advierta ningún cambio en la concepción de un populismo que parece atado. sin ninguna autocrítica. al desorden inflacionario de las últimas décadas.
Para el oficialismo, no se trata de conservar sino de innovar con un condimento que, paradójicamente, lo retrotrae a las continuidades del pasado, elaborando con recursos estaduales un nuevo partido que atraiga retazos de otras fuerzas. El caso del PRO, hoy sometido a esas operaciones divisionistas, es una muestra cabal de esta estrategia.
Claro está que, para dar cima a este objetivo. conquistando la victoria en las urnas bonaerenses del mismo modo como lo hicieron en la Ciudad de Buenos Aires, es preciso incentivar el faccionalismo de los contrarios . A este objetivo lo ayuda la fragmentación en el campo de la oposición.
Por el lado del kirchnerismo, las tres facciones que lo conforman en tierra bonaerense tuvieron que recurrir a un oportuno corte de luz en La Plata para conformar las listas de candidatos. Al cabo de tanta negociación, cargando la mochila de la expresidenta presa en detención domiciliaria, el kirchnerismo remeda una coalición inestable que, sin embargo, pudo zurcir una oportuna unidad estirando el plazo que marca la ley,
Tampoco ese reclamo en procura de la unidad ha podido fructificar en el oficialismo. El “círculo de hierro” está sufriendo el choque entre la hermana del Presidente, apoyada por la familia Menem, con Santiago Caputo, el asesor sin cargo institucional del Poder Ejecutivo. Asimismo, los infundios dirigidos a la Vicepresidenta, tachándola de “bruta traidora”, muestran como la ruptura entre presidentes y vicepresidentes en el pasado vuelva al presente arrojando un olor rancio, a cosa conocida y manoseada, proveniente de un Gobierno que se jacta de hacer todo lo contrario. Como si fueran mundos paralelos, es obvio que la decisión del kirchnerismo de implantar candidatos testimoniales adolece del mismo afán regresivo.
Mientras tanto, se prepara una campaña electoral que tendrá el tono que infunden esos extremos excluyentes: La Libertad Avanza con nuevas incorporaciones o el abismo que se abriría, de acuerdo con la táctica oficialista, si el kirchnerismo logra triunfar y retiene el poder en la provincia de Buenos Aires. El clima exasperante de esta disputa proseguirá fracturando el sistema político sobre el cual también se disparan dificultades crecientes en el frente económico.
¿Puede, en efecto, funcionar una democracia sin un mínimo de responsabilidad compartida por gobernantes y opositores? O, atendiendo a otro interrogante complementario, ¿es acaso viable un sistema político que funciona con un oficialismo que dice ser el mejor de la historia confrontando una oposición que, de ganar, nos enterraría en el caos social y económico?
Aunque no es sencillo ensayar respuestas al respecto, es evidente que esa rivalidad está generando un clima de incertidumbre que afecta a la inversión y a los mercados. Lo ha dicho con palabras duras un reciente Informe del Fondo Monetario Internacional: “… la evaluación externa está sujeta a una incertidumbre excepcionalmente alta y depende de la aplicación de reformas estructurales que impulsen la competitividad y productividad.”
Desde luego, este Informe atañe exclusivamente a la economía; pero pecaría de ingenuo quien olvidase el factor político que inevitablemente subyace a las decisiones económicas. Con un sistema político fracturado cuesta trabajo concebir esas reformas estructurales que requieren, animado por la responsabilidad compartida, un mínimo de cooperación en el plano legislativo.
Con vistas al mediano plazo, no es posible seguir gobernando a golpes de DNU, sin presupuesto y respaldándose exclusivamente en una seguidilla de vetos. Puede ser que el Gobierno mejore su posición en el Congreso en las elecciones de octubre, pero le costará fraguar la mayoría dominante típica de quienes sueñan con instaurar otra hegemonía.
Este es uno de los resultados del montaje polarizante desplegado ante un electorado que veremos si en la provincia de Buenos Aires confirma la escasa participación ya comprobada en otros distritos. La combinación de la estrategia polarizante y el faccionalismo con una participación electoral endeble, que podría denotar signos de anomia, ofrece el cuadro de una complejidad creciente. Tal vez la provincia de Buenos Aires podría refutar esta hipótesis, pues otro rasgo de esta política inédita es la velocidad de unos cambios ligados a lo inesperado. Luces y sombras de un sistema político todavía fuera de quicio.
Publicado en Clarín el 27 de julio de 2025.
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