Si viviésemos en tiempos normales –de paz y no de guerra, de estabilidad y no de caos, de realidad y no de mentira- se podría entender como razonable que un presunto escándalo sexual fuera lo primero que haya precipitado, diez años después, una revuelta de los fieles MAGA contra su ídolo.
Pero, como no son tiempos normales, cosas de muchísima mayor transcendencia para la humanidad no han incidido en absoluto en la abyecta lealtad de los súbditos hacia el rey Donald.
No importa que la Casa Blanca se haya convertido en el trono de una cleptocracia, que Trump y su familia hayan utilizado el poder de la presidencia para obtener en seis meses más de dos mil millones de dólares con sus negocios de criptomonedas o inmobiliaria. No importa que los tribunales hayan condenado a Trump por fraude o abuso sexual, o que diga cosas en televisión sobre su actitud hacia las mujeres como que, “Cuando sos una estrella podés hacer lo que querés…agarrarlas por la concha, cualquier cosa”.
No importa que elimine programas de ayuda al extranjero o que imponga aranceles a los países más pobres del mundo, causando la ruina de economías africanas o las muertes de cientos de miles de personas de SIDA, o malaria, o tuberculosos. No importa que haga algo muy similar en su propio país, cortando el presupuesto de salud pública para los más desfavorecidos, negando el acceso a la atención médica a diez millones de sus compatriotas para el año 2034, se calcula.
No importa que el dinero ahorrado con estos recortes, aprobados por el sumiso Congreso, se invierta en paramilitares enmascarados que encarcelan a miles de personas por su aspecto mexicano y, en varios casos, los deporten sin recurso alguno a la ley. O que a cambio de que los pobres sean más pobres, y más enfermos, el uno por ciento de los estadounidenses que ya son dueños del 50 por ciento de la riqueza nacional pagarán menos impuestos.
No importa -importa menos porque se trata de cosas que ocurren en tierras lejanas-que Trump hable de invadir Canadá o Groenlandia o que haya disfrutado durante una década de una relación de admiración y amor con el asesino en serie ruso Vladímir Putin, que su primera reacción a la invasión rusa de Ucrania en 2022 haya sido que Putin era un “tipo muy inteligente”, que hubiese acusado al presidente de Ucrania de haber iniciado la guerra, y que hasta hace muy poco hubiese cesado el envío de armamentos defensivos a Ucrania para mitigar el impacto del bombardeo diario a los civiles ucranianos.
Su otra gran relación de amor, la que tiene con el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, durará hasta el feliz día en el que la muerte les separe. Más prueba de ello, si cabe: un encuentro hace unos días en la Casa Blanca en la que el asesino en serie israelí anunció que había nominado a Trump para el Premio Nobel de la Paz. No importa que Dresden en 1945 fue una urbe ordenada y pulcra comparada hoy con Gaza, donde el cinco por ciento de los edificios y el cero por ciento de los hospitales sigue en pie, donde se estima que han muerto más de 50.000 personas, muchos de ellos niños, desde que Israel inició su salvaje respuesta militar a la masacre que perpetuó Hamás en octubre de 2023.
No importa que Trump sea el cómplice en jefe de lo que muchos consideran un genocidio, pero yo no, porque prefiero no frivolizar el horror del que es culpable Netanyahu con una palabra que, por la banal promiscuidad con que se utiliza, ha dejado de poseer la fuerza moral que una vez transmitió.
Que Trump sea un ladrón, un ignorante, un payaso, un acosador sexual, un narcisista de manual, un psicópata inmune a la desdicha ajena: nada de esto les ha llamado la atención a los suyos. No lo han querido ni ver.
Lo que sí les importa, lo que tiene a muchos de ellos tan histéricos que han empezado a cuestionar su una vez ciega fe en el monarca naranja, es el caso Epstein. No es trivial el asunto. Jeffrey Epstein fue el multimillonario neoyorquino que se suicidó, aparentemente, en la cárcel, acusado de pederastia y tráfico de mujeres. El “caso”, sonadísimo en el mundo MAGA, es que supuestamente el Departamento de Justicia de Estados Unidos posee una lista de famosos que Epstein invitaba a fiestas donde les presentaba a mujeres para sexo, varias de ellas menores de edad. Cuando Trump anunció hace un par de semanas que aquí no pasaba nada, que dicha lista no existía, los maniáticos MAGA, incluyendo algunos congresistas previamente incondicionales del presidente, se escandalizaron.
Repito, el asunto no es trivial. Sí lo es el motivo por que el que causa tanto furor. Nada tiene que ver con el machismo criminal o los derechos de las mujeres. (Si no, ¿cómo fue que eligieron como presidente a un reconocido abusador sexual?) No. Se trata de chusmerío, de morbo, del desenlace más deseado al drama que más entretiene a los espectadores del reality show sin fin que Trump protagoniza. Componente moral, cero. Igual que componente moral cero en la reacción a los robos de la familia Trump, al dolor de los inmigrantes, los pobres, Gaza y Ucrania.
Pero lo interesante, lo nuevo, es que, por primera vez desde que entró en el ring presidencial, Trump está contra las cuerdas. ¿Sería demasiado creer que a los fieles se les abra los ojos por fin y vean que todo ha sido una farsa, que el embustero les ha tomado por idiotas, que el rey está desnudo? Seguramente. Pero no hay que perder la esperanza. Hay que seguir creyendo, incluso en cuanto al paralelo universo MAGA, en que Lincoln tenía razón cuando dijo que “puedes engañar a algunas personas todo el tiempo, y a todas las personas algún tiempo, pero no puedes engañar a todas las personas todo el tiempo”.
Publicado en Clarín el 20 de julio de 2025.
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