Que a menudo el arte y la realidad compiten en emularse mutuamente
–parafraseando al célebre apotegma de Oscar Wilde- queda de manifiesto
si se aprecia el film de culto “Gilda” (1946) con una lectura que supere el
mero entretenimiento y enmarque el drama amoroso de la pareja
protagónica en su peculiar contexto histórico-internacional.
Desde este abordaje, la trama de la cinta gira en torno a una de las mujeres
más admiradas de los años ‘40 (Rita Hayworth), uno de los metales más
codiciados de su tiempo (tungsteno o wolframio), uno de los países más
atractivos de entonces (la Argentina), y en el marco de una de las
coyunturas más trascendentes en la historia de la seguridad internacional
(el fin de la Segunda Guerra Mundial y su posguerra).
En aquel inolvidable film, Johnny Farrell (interpretado por Glenn Ford) es
un pícaro tahúr norteamericano que, huyendo de una misteriosa frustración
amorosa, conoce y deslumbra mediante sus habilidades fulleras al suntuoso
dueño del cabaret y casino más glamoroso de Buenos Aires, quien lo
contrata y deposita en él toda su confianza para regentear el negocio. En un
viaje al exterior, el refinado magnate conoce, desposa y trae consigo a la
Argentina como su nueva esposa a Gilda (Rita Hayworth), una seductora
cantante y bailarina norteamericana. El drama se desata cuando ella y John
se reconocen en secreto como los antiguos y contrariados amantes que
ocasionaron sus frustraciones sentimentales, sus internacionales
vagabundeos y un consecuente rencor mutuo.
Paralelamente, se revela que el casino es sólo una fachada de su dueño, en
realidad testaferro de un secreto y poderoso cartel de productores de
tungsteno de nacionalidad alemana, quienes pretenden una vez acabada la
guerra desplazar al regente del casino y retomar la conducción del negocio,
lo cual desata dramáticos sucesos que conviene no descubrir a quienes no
hayan visto el film.
Este contexto es real. El tungsteno, metal raro y ultra resistente (el que
funde a mayor temperatura de la tabla periódica) y, en consecuencia,
estratégico para la seguridad pues es clave en la industria militar, fue
descubierto en la Argentina por un geólogo alemán a fines del siglo XIX,
explotado en San Luis y Córdoba y exportado acompañando cada gran
conflicto bélico mundial, hasta los años ’60, cuando comenzó a decaer su
precio internacional a causa del ingreso al mercado internacional de China
como su mayor productor hasta la actualidad, con márgenes más exiguos
para Rusia, Canadá y otros países.
El desenlace es conocido: Gilda y su amante Johnny abandonaron Buenos
Aires para buscar su felicidad en los EEUU, aquellos alemanes de los años
’40 perdieron influencia mundial, y la Argentina no sólo cerró sus minas
de tungsteno sino que también se tornó irrelevante para Hollywood, el
mercado de minerales estratégicos y el concierto mundial.
Volviendo a ver “Gilda”, próximo a cumplirse 80 años de su estreno, la
moraleja de esta historia interpela a la Argentina como aquel país rico,
atractivo y prometedor que en los años ’40 despertaba las fantasías del
mundo, en contraste con la irrelevancia internacional que fue padeciendo
progresivamente desde entonces.
Hoy, si el interés mundial por el litio y las “tierras raras” que abundan en el
país fuese explotado con perspicacia, se lograse nuevamente despertar la
imaginación de este mundo actual tan ávido de novedades y se consiguiera
volver a llamar la atención de Hollywood, acaso la Argentina podría
recuperar su extraviada capacidad para protagonizar historias de escala
internacional como la de aquellos gloriosos años de “Gilda”.