Ni fusilamiento, ni proscripción. La expresidenta Cristina Fernández de Kirchner alimenta su relato todos los días con palabras y expresiones de victimización para la tribuna. Esperar un sinceramiento de su parte, una admisión de culpa frente a la sentencia de la Corte Suprema de Justicia, es una pérdida de tiempo.
No se siente ni se sentirá culpable, jamás. Y así lo creen quienes todavía la siguen ciegamente, los mismos que repiten convencidos que se ha cometido una injusticia porque ella nunca robó. No importa que se trate de los 85 mil millones de dólares que deberá devolver el grupo que organizó su marido, Néstor Kirchner, desde el primer día que asumió en 2003, y que ella mantuvo vigente hasta fines del 2015.
Es la misma Cristina de siempre, la que sostiene el mismo temperamento, la que da los discursos con el mismo tono de campaña en toda oportunidad. Quiere ser Perón, pero no le da el cuero. Perón fue un exiliado, su partido fue proscripto en el país desde 1955 hasta 1973, durante años se prohibieron sus libros, sus mensajes, sus candidatos por cuestiones políticas. Pese a todo, Perón condujo a su movimiento justicialista desde 18.000 kilómetros de distancia condenando la violencia militar recurrente y sus ilegítimas tomas del poder. A Perón nunca lo condenó la justicia por corrupción, no hubo motivos.
El fallo histórico de la Corte Suprema del martes 10 de junio apareció en el momento justo, para darle un alivio a la sociedad y demostrarle que la justicia puede funcionar, incluso hasta en un año electoral. Fue un golpe severo para la líder del sector kirchnerista desmembrado del justicialismo. A CFK no se le movió un pelo, habló como si nada pasara, como si el fallo no hubiera existido. Siguió arengando como siempre lo hace. Patético.
“Fusilada en vida”. ¿Qué significa esa frase? Ni las metáforas tienen el efecto de otros tiempos. “Proscripta, es la segunda dirigente política proscripta junto con Perón”, atinó a declarar el exgobernador bonaerense Felipe Solá para defenderla, y a la vez condenar el fallo judicial por presuntas irregularidades.
Que un seguidor kirchnerista del tercer cordón bonaerense repita el verso de que la justicia falló mal y “Cristina es inocente” es creíble, pero que un dirigente nacional apunte contra los argumentos y la infinidad de pruebas acumuladas en 17 años, no se sostiene.
Sí, es cierto que en la línea argumentativa falta un dato importante: Cristina va presa por culpa de su marido muerto. Quien organizó el sistema de corrupción más espeluznante de la historia argentina fue Néstor Kirchner, desde el primer día de su gobierno. El entramado perdía flecos por todos lados, incluyendo la vía de la ex amante de Néstor Kirchner que oficiaba de secretaria y veía pasar los bolsos con dinero frente a sus narices: Miriam Quiroga. Ella fue una de las primeras en contar los chistes dentro de la presidencia acerca de cuánto pesaba cada bolso y a cuantos dólares o euros equivalían. Leonardo Fariña también lo hizo y reveló cómo funcionaba el sistema, cuyas piezas principales fueron el presidente de la nación, Lázaro Báez y Daniel Muñoz, secretario del mandatario.
Fariña se convirtió en un arrepentido que habló mucho. Miriam Quiroga no ligó ni un miserable departamento por su lealtad a Néstor. Mal pagador. Ella también habló mucho.
Muy probablemente, en la primera etapa, Cristina Fernández no haya estado al tanto de lo que hacía su marido, pero los cuadernos en los que llevaba las anotaciones, cual almacenero de barrio, se los entregó su propio hijo Máximo Kirchner, al asumir la segunda presidencia. Pudo ser, tal vez en una historia de novela, que Cristina fuera sorprendida por estas sofisticadas maniobras. Sin embargo, en vez de desarticular el entramado, dejó que siguiera su curso hasta octubre de 2015, cuando tras perder las elecciones presidenciales frente a Mauricio Macri, “bajó el plan Limpiar todo”.
Tarde piaste, decían mis abuelos, ya no era una bella criatura ignorante de los enjuagues de su marido de los cuales vivió opulentamente sin hacer una sola pregunta, corta y precisa: ¿de dónde sale esta plata? A Lázaro Báez lo detestaba, siempre lo despreció, pero ante las circunstancias tuvo que aceptar la sociedad que los hermanó hasta el final. Lázaro es el único que sabe qué se compró, qué se lavó, que se llevó al extranjero, cuanto fue en total el monto de tamaña operación de defraudación al Estado. Si ahora tienen que devolver 85 mil millones de dólares, cabe preguntar: ¿de dónde van a sacar la plata?
Las tierras compradas en el sur es probable que puedan recuperarse sí, como se dice, equivalen a 20 capitales porteñas y figuran en los catastros. El plan de reinvertir el dinero obtenido para las obras públicas en terrenos australes lleva, inevitablemente, a otra ambición más desmedida aún: independizar la Patagonia y erigirse como presidente, o cacique, de su propia tierra. Suena delirante, Néstor era así de delirante, apasionado por las posesiones. Y si de paso podía ejercer el máximo poder político del país, qué más se puede pedir. Apostaba a todo, jugaba fuerte.
Ahora, su viuda tiene que pagar. Ya no importa si sabía o no, luego lo supo y mantuvo el esquema de corrupción, no limpió nada. Por el momento debe cumplir una condena de seis años, hasta que aparezcan los fallos de otros juicios: el de Hotesur y Los Sauces, el de los cuadernos de la corrupción, el del Memorándum que firmó con Irán, el de la muerte del fiscal Alberto Nisman, entre otros.
No parece un buen final de vida el de Cristina Fernández. Con o sin liderazgo.
Publicado en El Parlamentario el 11 de junio de 2025.