viernes 6 de junio de 2025
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Los profetas del odio

El autor de esta nota nunca fue peronista. Sus actividades cívicas, institucionales y partidarias, se relacionaron con el radicalismo. La experiencia vivida fue, naturalmente, mantener diferencias y afinidades políticas con todas las orientaciones y en circunstancias muy diversas.

Desde luego, por las zonas objetivas y subjetivas, en ese devenir se generan mayores o menores aproximaciones e incidencias problemáticas, con tratamientos favorables y desfavorables para los asuntos que fueron objeto de consideración en ámbitos institucionales muy diversos.

Sabido es que, desde sus orígenes, la Argentina está herida de divergencias esenciales y violentas, que no se han calmado demasiado a lo largo de generaciones, aunque hayan sufrido transformaciones aparentes en sus formas y contenidos.

Hay una escisión violenta y profunda que divide el entendimiento histórico, la comprensión del presente y la proyección de futuro, impidiendo que de un modo razonable se favorezca la convivencia constructiva en común.

Ha corrido mucha agua por debajo del puente.

Por obra y gracia del Presidente actual y, recién ahora, advierto que, en gran parte de los sectores no peronistas, se ha generado un sentimiento de odio hacia el peronismo y, en particular, el kirchnerismo.

Bien sea por los personajes actuantes, por las acciones habidas o por profundas causas sociales y políticas, de psicología social, hay rechazos y críticas de todo tipo entre todos los otros actores políticos, pero el sentimiento de odio solo afecta al peronismo.

No estoy seguro que sea únicamente la prédica confusa del presidente, que ignoro como evolucionará su asco hacia la política, hacia los políticos y hacia el kirchnerismo, puede tratarse de una mera coincidencia de su oportunismo, con tendencias arraigadas en sectores no peronistas de la sociedad.

De todas maneras, la nota pasa a recordar momentos cruciales de la historia política argentina, tomando en consideración algunas referencias culturales elegidas por el valor representativo que tuvieron en su momento y aún perdura.

Luego del golpe de estado que destituyó al presidente Yrigoyen, y más allá de muchas reacciones que repudiaron la ruptura constitucional en varias provincias argentinas, se formó un interesante grupo de militantes culturales que decidieron organizar lo que se llamó “Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina” (FORJA).

Entre sus miembros destacaron figuras como Arturo Jauretche, Gabriel del Mazo, Raul Scalabrini Ortiz, Luis Dellepiane, y otros.

El desarrollo de su actividad fue intenso pero breve porque, a no mucho andar, sus miembros decidieron adoptar diversos caminos políticos. Algunos permanecieron en el radicalismo, otros se incorporaron al peronismo y varios siguieron rumbos independientes. Todos continuaron trabajando como cabezas pensantes de los grandes problemas nacionales.

Fue Arturo Jauretche quien en 1957 escribió un libro que tenía como título el que se reproduce en esta nota, y fue él también quien en otra de sus obras, “Filo, contrafilo y punta” (1964), se ocupó de darle sentido político a la palabra “guarango”.

Está claro para mí que las reiteradas guaranguerías del presidente y sus invitaciones al odio, a la política, a los políticos, al parlamento, al periodismo y al kirchnerismo, entre otros, me llevaron inexorablemente a los recuerdos que trato de hilvanar más adelante.

El guarango

Si hay alguna expresión compartida en la mayoría de las críticas o comentarios que se hacen acerca de Milei es que por sobre sus motivos y argumentos, se destaca la condición formal de reiterar actitudes guarangas.

Bien sea de palabra o mediante gestos demostrativos y elocuentes de rechazo o desprecio a quienes trata o destrata con guaranguerías.

Es significativa la relación de esa palabra, más precisamente: “guarango”, el calificativo con el que se desea exponer su innecesaria agresividad, hasta en episodios menores.

Paradojalmente y a la inversa del sentido político que le dio Jauretche a la palabra, nuestro máximo representante es un guarango que adora los poderes financieros sin patria.

Y es que, el gran creador del sentido político de la palabra “guarango”, Arturo Jauretche, enorme luchador nacional que tuvo un desarrollo político complejo e interesante, pretendió referirse a una forma de ser popular, auténtica, no domesticada por los valores de la élite ilustrada y europeizante de Argentina. Para Jauretche, el guarango no era una figura negativa, sino más bien una expresión rústica, legítima del pueblo, muchas veces despreciada por la oligarquía o por sectores que veían lo extranjero como cualitativamente superior, actitud propia de la tilinguería paqueta e inauténtica. Esto enlaza con el antiguo debate sobre lo vernáculo y lo extranjero, entre las culturas nativas y las culturas europeas colonizadoras, debate que aún permanece vivo en Latinoamérica.

Así como los conflictos que les cuesta a la Argentina y a Latinoamérica, la formulación de una cultura propia depurada de traumas extranjerizantes, provenientes de la colonización.

Y aquí hay un punto de encuentro con Héctor A. Murena que, en su casi olvidada contribución sobre la meditación del ser nacional, escribió en su obra “El pecado original de América”, donde indaga las razones que dan cuenta de la fractura histórica de los pueblos americanos, a partir de la colonización y del sentimiento de “destierro” que tuvieron quienes abandonaron sus patrias originarias y se mestizaron con las vivencias latinoamericanas. El libro se completa con otros artículos que se integran a la cuestión  del ensayo. Como por ejemplo “Los parricidas” de Edgar Allan Poe, donde expone los peligros de continuar interpretando América a partir de claves europeas, cuando en realidad en términos psicoanalíticos, requería liberarse de ellas.

Hacia el año 2002, Nicolas Shumway escribió un lúcido ensayo al que llamó “La invención de la Argentina”, en el que analiza los diversos elementos que forman el cuerpo de una idea naciente de un país nuevo, a los que identificó como ficciones orientadoras, las que sumadas terminan conformando a un nuevo país.  Conceptualizando, por ejemplo, qué es ser argentino, cuál es el destino que el pueblo argentino quiere para su futuro y cuál es el lugar que quisiera ocupar en el mundo.

Lo cierto es que pasaron muchos años sin que hubiera acuerdos sobre los puntos en cuestión, ni aproximación a ellos, sino un combate de una escisión enorme que distanció y distancia a las grandes mayorías del país.

Esto se podría confirmar citando, nuevamente a Jauretche, ahora con su libro “Los profetas del odio”, donde acomete críticamente contra un importante grupo de pensadores argentinos, adjudicándoles el rol de haber actualizado y fogoneado los odios interiores.

En “Los deseos imaginarios del Peronismo”, Juan José Sebreli, con otra modalidad, volvió a destacar el fenómeno de las enemistades perdurables a lo largo de generaciones.

Ha querido la suerte que hoy nos toque reunir metafóricamente en un mismo personaje presidencial, y sus adláteres, la condición de guarango empedernido y profeta calificado de los odios.

Todas nuestras culpas y fracasos acumulados han servido de justificación para ser propicia la aparición de estos personajes nefastos que, con crueldad y sadismo incomparables, arremeten brutalmente contra el sentido de fraternidad social entre los argentinos, pretendiendo convertir nuestro mapa social en un sitio bestial.

Convocando a odiarnos cada día más, enarbolan como símbolo destructor a una motosierra, que revolean hacia cualquier lugar que tenga aroma de humanidad.

Se invita y avanza, a construir un país rico habitado solo por ricos.

El resto, ya no son los “desterrados” provenientes de interpretaciones psicoanalíticas, sino que será borrado del espejo de la prosperidad, para evitar disgustos y deformaciones visuales insatisfactorias para los que mandan.

No sabemos cómo será el cordón sanitario que pueda contener a nuevas expresiones de resistencia moral al fenómeno que vivimos.

Es posible que se reconstruyan sectores Republicanos. Es posible también que se reconstruya el propio Peronismo. Porque no, es también posible una reconstrucción en base al entendimiento entre los sectores Republicanos y Peronistas.

Mientras estos profetas del odio despliegan sus alas hacia el paraíso celestial, quiera Dios que nuestro pueblo mitigue las consecuencias de sus maldades, recuperando la confianza en la política y en las instituciones.

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