La primera escena es patética desde el inicio. La cámara sigue a Javier Milei tras las bambalinas del escenario de la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC), en el Centro de Convenciones de Maryland. Lo enfoca, de espaldas, al entrar en el camerino con los brazos abiertos, y un grito ronco y sofocado sale de su garganta cuando se apresura en llegar hasta donde se halla Elon Musk, certificado en los Guinness Récords como el hombre más rico del mundo. “¡Mi amigo!”, exclama Milei con la misma voz ronca, sofocado por la admiración; “te he traído un regalo”, le dice, y la cámara va a hacia una caja donde reposa una flamante motosierra que Musk saca y sopesa. Para devolver el saludo a Milei se había puesto anteojos oscuros, y para alzar la motosierra se los ha quitado.
El aparato es obra del artista argentino Tute Di Tella. No pone su firma en cualquier clase de motosierra. Es la segunda que sale de sus manos; la primera fue diseñada para Milei. Esta, según explica, tiene una piedra semipreciosa esférica de color rojo, símbolo de Marte, que activa el freno de cadena; en la manigueta lleva grabado el nombre del obsequiado, y en la hoja el lema “Viva la libertad carajo”.
Falta, sin embargo, entre los emblemas grabados en la herramienta, el de $LIBRA, la criptomoneda que unos días antes de subir al avión para asistir a la conferencia Milei promovió con entusiasmo, para luego zafarle el hombro; un fraude de gran escala al desplomarse su cotización. “Si vas al casino perdés plata, ¿cuál es el reclamo?”, fue su sabia respuesta al ser cuestionado. Además, le había hecho propaganda a $LIBRA no como presidente, sino como particular. Valga la diferencia.
La segunda escena es no menos patética, una remake de lo que hemos visto tras bambalinas. Tiene lugar en el escenario de la conferencia. El mismo donde ha aparecido Steve Bannon, el gran gurú del movimiento MAGA, haciendo el saludo nazi, igual que Musk el día de la toma de posesión de Trump. No han podido contener el impulso de su propio brazo, como el Doctor Strangelove de Stanley Kubrick.
Musk figura en primer plano, y ya no se quitará los lentes oscuros. El animador le pregunta: “¿Quién más está aquí?”. “Javier Milei de la Argentina, que me ha traído un regalo”, responde. “La Argentina, ¿saben qué es eso, verdad?”, pregunta el animador al público. Momento en que el presidente de la República Argentina avanza desde el fondo hacia el proscenio cargando la motosierra a paso de baile, tratando de acoplarse a la fanfarria que suena atronadora por los parlantes.
Entrega devotamente la herramienta a Musk, quien la alza en peso, la blande. No la enciende, pero simula con la boca el ruido de una motosierra, como un niño jugando con otro. El juego consiste en cortar cabezas. El público aplaude y grita al borde del delirio. “¡Una motosierra para la burocracia!”, exclama, mientras en segundo plano Milei enseña los pulgares tratando de llamar la atención; pero está visto que se olvidan de él, como le ocurre al botones que lleva el ramo de flores a la artista.
Entonces, comienza a retroceder hacia la penumbra, pero el animador parece acordarse de él, vuelve la cabeza y le extiende la mano para despedirlo, y lo mismo hace Musk. Cumplido el mandado, puede irse. Pero ya no lo vemos desaparecer. Ahora, con esta motosierra en su poder, ya puede Musk seguir cortando a gusto cabezas.
El espectáculo sigue adelante. Los oradores de la conferencia, uno tras otro, se empeñan en demostrar que libertad y democracia son conceptos contradictorios. Los países no necesitan gobernantes, sino ejecutivos de empresa, un CEO con el poder vertical de los reyes, pero de los reyes antes de las monarquías constitucionales. Reyes que gobiernen por decreto, y por encima de las decisiones judiciales. “¡Larga vida al rey!”, ha escrito Trump, en consonancia, para cerrar uno de sus mensajes en las redes.
Quizá venga una repartición de títulos nobiliarios del nuevo despotismo desilustrado, y Milei se convierta en marqués de Catamarca, que es donde se hallan los yacimientos de litio que necesita Musk para las baterías de los vehículos eléctricos de Tesla. Y, a lo mejor, Nayib Bukele, presidente de El Salvador, alcanza el título de conde de Tecoluca, donde hizo construir el Centro de Confinamiento del Terrorismo, la megacárcel de máxima seguridad en la que ha ofrecido obsequiosamente recibir en traslado a los prisioneros de alta peligrosidad que le envíe Trump.
A cada quien según sus merecimientos.
Publicado en La Nación el 27 de febrero de 2025.
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