El virreinato del Río de la Plata tenía su capital en Buenos Aires, pero su riqueza residía en la cordillera. En el Alto Perú, hoy Bolivia, estaban las minas que abastecían la metrópoli y le dieron nombre al país que vino más tarde: Argentina deriva de argentum, o sea, ‘plata’, pero no el billete, sino el metal. Cuando Bolivia se independizó, la región pampeana la sustituyó como fuente de producción y riqueza: cuero y carne primero, luego lana y después trigo; así se fue generando el país rico que atrajo migraciones masivas. Había, entre ese país y el mundo, un intermediario: Buenos Aires. Las exportaciones salían por su puerto y las importaciones tributaban en su aduana: así se formó la Argentina que Javier Milei añora y ahora busca destruir. Porque su proyecto aspira a restablecer la primacía cordillerana por sobre la pampeana y, especialmente, sobre la porteña.
El último pilar es digital y está desterritorializado: incluye desde las nuevas generaciones de youtubers, influencers y bitcoiners hasta la apuesta disruptiva por la inteligencia artificial llegada de afuera. Este es el pueblo original de Milei.
La grieta clásica, que enfrentaba a kirchneristas con macristas, era unidimensional: nació y se desarrolló en el pilar radial, con el macrismo asentado en la capital y el kirchnerismo en el conurbano. El resto del país hacía seguidismo: mientras la región pampeana era macrista, la cordillera era kirchnerista, con manchones radicales en Jujuy y Mendoza. La grieta actual confronta con la anterior y la supera por afuera, por arriba y por adelante. Por afuera, porque apuesta a la periferia territorial, lejos del Área Metropolitana de Buenos Aires y más allá de la zona núcleo; por arriba, porque se sostiene sobre el mundo digital, por encima de la sociedad analógica; y por adelante, porque se concentra en el futuro, tanto mineral como digital, en vez del pasado industrial y presencial.
El RIGI, programa de exención impositiva que alienta inversiones del exterior, es un instrumento para apalancar las dimensiones vertical y digital del modelo económico. Pero es más que eso: además de atraer inversiones, procura construir coaliciones. Lo hace mediante el acuerdo que requiere de las provincias para acogerse a sus beneficios. Así, gobernadores cordilleranos fueron sumándose tanto al RIGI como a las alianzas parlamentarias del presidente, mientras el gobernador bonaerense Axel Kicillof decidió quedarse al margen y perdió inversiones contra otras provincias. Si la estrategia del dirigente kirchnerista es la diferenciación, la de Milei es la responsabilización: cuando Buenos Aires se hunda, la culpa será del gobernador. Es la primera vez que un presidente se desentiende de la suerte de la mayor provincia argentina. Mejor dicho, no se desentiende: se frota las manos.
La estrategia
Para concretar su modelo, Milei cambió las reglas de juego. Literalmente: la política argentina siempre funcionó como el “dilema del prisionero”, un juego en el que a los protagonistas les conviene cooperar si los demás lo hacen, pero traicionar en caso contrario. A falta de confianza o de sanciones, la traición se transforma en la estrategia dominante y todos terminan peor que si hubieran cooperado. Milei sustituyó el dilema del prisionero por el “chicken game”, o “juego del que arruga”: en él, dos automovilistas aceleran frente al otro y el que se desvía primero, pierde. La naturaleza del juego no es la cooperación, sino la confrontación, y el ganador no busca el acuerdo, sino la rendición. La reputación de loco es beneficiosa: consiste en hacer creer que uno está dispuesto a todo y no tiene nada que perder. Por eso se equivocan quienes piensan que el modelo del presidente es correcto, pero sus formas son inapropiadas: no hay uno sin las otras. La agresividad produce resultados donde la negociación fracasaría. Milei no tiene éxito a pesar de su estilo, sino gracias a él.
Es cierto que la agresividad tiene riesgos: el primero es encontrarse con alguien más loco y chocar de frente, el segundo es acumular tanto resentimiento al costado del camino que algún día se organice para venir por la revancha con un camión. Pero el presidente es un apostador de alto riesgo, tal como fue Perón. El general vislumbró una tercera guerra mundial que casi se confirma en 1950, en Corea, y por eso apostó a la autarquía. Cuando en vez de guerra hubo paz y globalización, Argentina pagó caro por quedarse afuera. Perón también invirtió en la tecnología disruptiva del siglo XX, la nuclear, importando científicos alemanes e iniciando la construcción de un reactor en la Patagonia. Esa apuesta quedó incompleta, pero dejó un legado perdurable. Hoy Milei apuesta a la apertura global y a la tecnología disruptiva del siglo XXI, la inteligencia artificial, y ofrece la Patagonia a las inversiones extranjeras. Puede fracasar, pero no es irracional.
La estrategia electoral del presidente es tan clara como su estrategia económica, e igual de arriesgada. Él entiende que Cristina Kirchner mantiene un piso alto, pero un techo bajo de votos, oscilando entre el 30% y el 35% del electorado. En una elección intermedia, como la del año próximo, con 35% se puede ganar ante un adversario dividido. Por eso Milei necesita agrupar al antikirchnerismo, algo que solo puede lograr… confrontando con el kirchnerismo. Su objetivo de corto plazo es centrifugar el centro, para confrontar con el modelo bonaerense recién en la elección presidencial. Presidente anarco versus gobernador anacrónico: el resto es jamón.
La oposición no kirchnerista se retuerce entre dos panes que la asfixian. Por un lado, sigue matándose suavemente con su canción: la implementación de la boleta única de papel, que promovió, y la posible eliminación de las PASO, que la tienta, son música en los oídos de un presidente sin partido que busca acabar con el arrastre electoral y desarticular las coaliciones. Contra las expectativas previas, Milei dispensa de alianzas parlamentarias porque promueve una agenda negativa: consiste en deshacer antes que hacer. Su objetivo es destruir el Estado, no reformarlo; eliminar impuestos, no crearlos; echar empleados, no contratarlos. Su ministerio estrella es el de Desregulación. Por eso prescinde de mayorías legislativas; le basta con minorías de bloqueo para sostener vetos y decretos. Sin ley de presupuesto es feliz.
Mientras la dirigencia tradicional se distrae con manuales viejos, Milei se reúne con Elon Musk y Donald Trump para escribir el nuevo. Puede salir mal, dirán algunos. Pero lo anterior fue tanto peor que el anarcocapitalismo tiene crédito.
Publicado en Búsqueda el 19 de diciembre de 2024.
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