El 1º de julio de 1896, el caudillo Leandro Nicéforo Alem decidió poner fin a su vida tras atravesar una etapa que lo mostraba enfermo y deprimido.
Nació el 11 de marzo de 1842, en plena etapa rosista, hijo de un almacenero que también tuvo un final lamentable. Participó de los ejércitos de Justo José de Urquiza y en las filas de Bartolomé Mitre, habiendo peleado en Cepeda, Pavón y Curupaytí. Tuvo una infancia envuelta en la pobreza, pero esto no fue un obstáculo en su vida, pues nada impidió alcanzar varios sueños, como pelear por las causas nobles e interpretar el estudio le daría el sustento necesario para sus cometidos.
Fue abogado, legislador provincial y nacional, senador, y tío de Hipólito Yrigoyen.
Entre sus posturas, perfectamente marcadas, Alem sostuvo la necesidad de contar con calidad en las instituciones, la honradez gubernativa, la libertad de sufragio y el respeto por las autonomías provinciales.
Fue leal a sus propios principios. No se desvió nunca y los mantuvo hasta sus últimos días, como sus posturas antiacuerdos de cúpula. No importaba las vueltas que debía dar para lograrlo, ni con quien debía aliarse para perdurar en su intransigencia.
Esto contribuyó a construir su figura y junto a Mitre, y otros jóvenes de la época, fundó la Unión Cívica.
Descreído de la legitimidad de los comicios de la época, consideró que el partido no debía perseguir fines electorales. Y allí una vez más mostró sus dotes revolucionarias hasta ser artífice de la Revolución del Parque junto a Bartolomé Mitre, Aristóbulo del Valle, Bernardo de Irigoyen y Francisco Barroetaveña, entre otros, que terminó con el mandato del cuestionado Miguel Juárez Celman, para llamar a elecciones libres, situación que derivaría en la fundación la Unión Cívica Radical en 1891, “para luchar por las causas populares”.
“No derrocamos al gobierno de Juárez Celman para separar hombres y sustituirlos en el mando; lo derrocamos para devolverlo al pueblo a fin de que el pueblo lo reconstituya sobre la base de la voluntad nacional”, dijo Alem.
Hace 128 años decidió alejarse de este mundo a bordo de un carruaje. Tenía 52 años. En su dormitorio se encontró su testamento político, que pidió ser publicado. El primer párrafo consignó: “He terminado mi carrera, he concluido mi misión. Para vivir estéril, inútil y deprimido, es preferible morir. Sí, que se rompa, pero que no se doble”.