Cada 11 de mayo al recordar el asesinato del padre Carlos Mugica en manos de grupos armados peronistas, uno se pregunta si fueron los fascistas de derecha o los de izquierda quienes lo mataron. En rigor fue condenado a muerte por Montoneros a través de la revista Militancia, y fue ejecutado por un sicario del Ministro José Lopez Rega, del cual era asesor el propio Mugica. Sin que se pueda saber si la orden del asesinato fue dada por Juan Perón (que era el que ordenaba a Lopez Rega) o este aprovechó la condena a muerte para ejecutarla sin pedir permiso a Perón.
Montoneros había decidido festejar el triunfo de Perón en las urnas asesinando a su principal dirigente José Ignacio Rucci, haciendo realidad los cánticos de sus actos: “Rucci traidor, saludos a Vandor” y arrojando su cadáver a la cara del hasta hace dos días su líder.
Montoneros se hizo el distraído y no reivindicó el asesinato, pero, poco a poco la llegada de Perón al poder hizo inocultable que los ex-tacuaristas no tenían simpatía con el General, sino que habían usado su figura y al estar gobernando el conflicto era inevitable.
Dìa a día Montoneros se militariza, iba rompiendo con Perón (sin abandonar los cargos) y ese conflicto generaba una corriente de disidencia que no lograba organizarse, pero el drenaje se llevaba buena parte de la militancia, algunos a otras organizaciones, otros a su casa, pero, perdían militantes y territorio.
La disidencia se intenta organizar y toma el nombre de JP Lealtad, sus primeras actividades se dan a principios de 1974 y uno de los puntales de la disidencia eran casi todos los sacerdotes tercermundistas que criticaban la postura de la conducción montonera. Otro foco de disidencia era la Regional II que se correspondía con el litoral y Obeid la conducía.
El 3 de febrero de 1974 en el Club Sportivo Baradero se realizó un plenario de la Regional II de la Juventud Peronista, entre los que convocaban a la reunión estaba el padre Jorge Galli, menos mediático pero amigo y vinculado a Mugica. La reunión fue dispersada a los tiros por muchachos afines a la conducción de Montoneros, y continuó en otra localidad.
El 14 de marzo la JP Lealtad publica una solicitada: “Al pueblo peronista: la conducción de Montoneros es Perón”.
El 19 de marzo Mayoría publicó un artículo del Padre Carlos Mugica que se titulaba “La encrucijada de la juventud: de la alineación ideologista al realismo cristiano”.
En ella ratificaba el rechazo a Montoneros y su adhesión a la JP Lealtad: “Es reconfortante advertir en una reciente solicitada de los sectores de nuestra juventud el rechazo categórico al socialismo dogmático y la afirmación rotunda de la doctrina justicialista…Si la juventud renuncia a buscar la revolución en los libros (con el peligro de morirse en un error de imprenta) y asciende al pueblo asumiendo sus problemas reales y su lucha …”.
El diario Noticias, que dirigía Miguel Bonasso no tardó en descalificarlo.
El artículo fue insoportable para Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde, que dirigían la revista montonera Militancia y deciden en su número del 28 de marzo publicar un artículo en su sección “Cárcel del Pueblo”, donde ponen su foto al lado de un gorila enjaulado, que fue entendido por todos por una condena a muerte, vale la pena leerla para entender la locura de estos muchachos: “Están los curas humildes y silenciosos, y están las estrellas publicitadas. A esta última especie pertenece Carlos Mugica, superstar”…”Como si fuera un corcho, siempre flotando aunque cambie la corriente Montonereando en el pasado reciente lopez-regueando sin empacho después del 20 de junio Carlitos Mugica cruzado del oportunismo, ha devenido en depurador ideológico. Desde las páginas de Mayoría -órgano de los ultramontanos- Jacovella con el mismo desparpajo con que escribía en Cristianismo y Revolución, pontifica sobre la Alineación ideologista de nuestra juventud. Con citas a Pascal y del burócrata Zorila rebate en cuatro líneas a todo pensamiento revolucionario y termina preconizando la reconstrucción moral del hombre argentino”. “Y si esto fuera poco, tiene la osadía de negar el aporte de una juventud que desde hace muchos años riega a diario con su sangre el suelo de nuestra patria, dándole el siguiente consejo de pavo infatuado que renuncie a buscar la revolución de los libros (con el peligro de morirse de un error de imprenta) y ascienda al pueblo asumiendo sus problemas reales (…) Por todo lo expuesto, queda Carlos Mugica preso en la Cárcel del Pueblo, aunque se quede sin asistir al casamiento de la hija de Llambi con Sergio Patrón Uriburu”.
Cabe recordar que los montoneros leían la prensa y en función de lo que uno publicaba juzgaban si uno debía vivir o no. Mi padre tuvo un par de experiencias dramáticas por artículos que no les gustaron, (en alguna ocasión se salvó por milagro) pero esa forma de convivir con la profesión se vivía con resignación, y nadie estaba exento de esos tribunales.
El día anterior en La Matanza hubo un hecho no menor que no pasó desapercibido por Carlos Mugica, una patota montonera secuestra a Virginia de Maratea, ella cuenta su secuestro así:
“Estaba en una sociedad de fomento en Villa Insuperable coordinando las reuniones
con la gente del barrio.
Estaba ahí y me dicen: “Te vinieron a buscar”.
Se acerca un compañero que estaba armado y me dice que por atrás hay una salida. Yo dije: “No”. Dale (se ríe). Salgo como un chorlito (se ríe). Me dicen “vino gente de la organización a buscarte, te están esperando afuera”. Pero yo nunca me imaginé, jamás…Bueno, yo salgo y me agarran como si hubiera sido el peor delincuente y me tiran en la caja de un pick up…”
Su ex-esposo (Enrique Maratea) era el Responsable de la JP de Montoneros de la zona oeste, integraba la Regional I que lideraba el Canca Dante Gullo, y tenía disidencias, ella había manifestado su interés de dejar la organización por su perfil militarista y su enfrentamiento con Perón.
El juicio revolucionario de Virginia sería el 21 de abril, y su condena es de dos meses más de prisión. El Código de Justicia Revolucionaria, alias el “mamotreto” eran: confinamiento, destierro, degradación, prisión, expulsión y fusilamiento.
En esos días se veían pintadas “Firmenich carcelero de Maratea” o “Libertad a Virginia Maratea”, que eran realizadas por la JP Lealtad quienes se inventaron una militancia en su organización de la oficial montonera, y así escalaron el conflicto.
El 28 de abril la cita de los leales fue en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA, donde contaba con el apoyo del decano Oscar Sbarra Mitre. La JP Lealtad hablaba de “guardar los fierros”, creían que la conducción del peronismo era Perón y no Firmenich.
La JP Lealtad concurrió a la Plaza de Mayo el 1 de mayo y permaneció después de la catarata de insultos que Perón le prodigó cariñosamente a los montoneros, para que no hubiera segundas lecturas.
El asesinato del Padre Carlos Mugica fue parte de la tragedia de los años setenta. De familia acomodada, peronista, integrante del movimiento sacerdotal del tercer mundo, le tocó formar parte de los sacerdotes que eran frecuentados por unas logias secundarias fascistas que anidaban en el Colegio Nacional de Buenos Aires. Logias que –sin alejarse nunca de sus ideales fascistas pero sí de sus símbolos- emprendieron el giro a la construcción de una organización filofascista denominada Montoneros. Mugica estuvo vinculado a ellos en la época previa a la asunción de Cámpora al gobierno, pero, al llegar el peronismo al poder, entendió que todo el peronismo debía apoyar el gobierno y repudiar las posturas políticas de los montos. Era la postura casi unánime de los sacerdotes tercermundistas. Fue en esos tiempos (desde el 25 de mayo hasta su muerte) asesor de López Rega y disentía con él en el apoyo de distintas organizaciones.
Mugica respaldaba la JP lealtad, que le ganaba militantes a los montos pero los alejaba de la jotaperra lopezreguista. Por ello era mal visto por Lopecito. Sus posturas le valieron un alejamiento de los dirigentes montoneros que no disimulaba – condenó duramente que los montos le hubieran tirado el cadáver de Rucci a la cara de Perón dos días después que ganara las elecciones- y el conflicto creció a medida que estos sostenían posturas cada vez más duras contra Perón.
Mugica no fue una persona ajena a mi familia, mi padre trató con él durante largos años, y su asesinato fue uno de los que marcó la vida de mi padre. Siempre contaba de cómo los montos lo habían condenado a muerte en forma de una publicación y como había pasado sus últimos días intentando evitar ser ejecutado. Durante un mes y medio Mugica peregrinó por la ciudad intentando evitar su asesinato, pero, su cabeza ya estaba en la mirilla, sin posibilidad de retorno.
A partir de esa publicación el padre Mugica entendió que los montos habían perdido todo afecto por él y habían decidido su muerte, recorrió muchos lugares con su angustia de muerte, uno de esos lugares fue el Diario La Opinión –donde Jacobo Timerman decidió incluirlo en su staff- y que fue el primero en señalar este derrotero del sacerdote, a tres días de su muerte. Años después, Antonio Cafiero narró una entrevista similar en los mismos días. En esa plaza estaba marcada la división entre ambos sectores juveniles.
A tantos años de su muerte, aún hoy los distintos sectores del peronismo atribuyen la ejecución a los otros. Nada le alcanzó a parar las balas que atravesaron su cuerpo, sean los ejecutores del mismo signo que el tribunal o de la otra banda neofascista.
Su asesinato fue uno de muchos, que unos y otros hicieron durante el gobierno peronista, pero, su muerte fue el signo claro de una sociedad alocada donde uno sabía que se podía morir en cualquier momento, que cada artículo que uno publicaba era leído por un tribunal secreto que podía decidir sobre la vida o muerte de quien escribía. Poco importa el color de las balas, el nivel de intimidación al periodismo –que unos y otros ejercieron, fue brutal- era convivir con el miedo, era jugársela con las teclas de una máquina de escribir. Por suerte eso es hoy el pasado, y uno busca en las ruinas de ese pasado los recuerdos de un mundo que uno espera no volver a transitar. También salir de una organización que predica la violencia, era difícil, Virginia de Maratea y el padre Jorge Galli fueron víctimas de esa violencia por ser disidentes, pero, hacia fines de 1974 las condenas a muerte de Montoneros a sus disidentes o a los “flojos” eran moneda corriente, y en no pocos casos fueron cumplidas. Sus tribunales revolucionarios también se fijaban en la vida privada de sus militantes y la juzgaban. Por suerte, hemos logrado salir de esa cultura y quienes en esos tiempos alababan asesinatos como el de Vandor prometiendo el de Rucci y entendían que escribir era una profesión de riesgo, debieran sentir vergüenza ante un archivo.