jueves 28 de marzo de 2024
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Democracia representativa, pese a todo

La corporación Latinobarómetro ha realizado entre junio y agosto de 2017, su amplio y anual relevamiento de opinión pública acerca de la salud de la democracia en Latinoamérica. En 2016 este estudio ya alertaba sobre el estancamiento o retroceso en algunos aspectos de la democracia en la región, a la vez que se consolidaba con sus instituciones en todos los países. Esta tendencia –que en verdad  lleva cinco años consecutivos – da cuenta de un deterioro de la calidad democrática. Por supuesto que no es igual en todos los países relevados, pero se presenta como una propensión que no es ajena a los grandes movimientos políticos que se producen en los países centrales, como el avance de la derecha en las elecciones de Francia, Alemania – donde ingresó al parlamento – y Austria, o el Brexit. Por otro lado, languidecen la social democracia y el socialismo como síntoma de que lo particular prima sobre lo universal, lo local sobre lo regional, como un refugio hacia valores identitarios frente a los cambios abruptos impuestos por la globalización y los movimientos migratorios.

En esta parte del mundo, Latinobarómetro registró que el país con más apoyo a la democracia es Venezuela con el 78 por ciento, más allá de lo que se defina como democracia para los venezolanos. Le siguen Uruguay con 70 por ciento, Ecuador con 69 por ciento, Argentina con 67 por ciento y Costa Rica con 62 por ciento. En el otro extremo, los países donde sus ciudadanos menos apoyan a la democracia son: Honduras  34 por ciento, El Salvador 35 por ciento, y Guatemala, con 36 por ciento. En el nivel regional 1 de cada 4 ciudadanos es indiferente al tipo de régimen de gobierno.

La mayor pérdida se produce en México con 10 puntos menos que en 2016 llegando a 38 por ciento en 2017, cuando había registrado un 59 por ciento en 2005. La segunda mayor pérdida se produce en Perú con ocho puntos respecto del año pasado, llegando a 45 por ciento, con un máximo de 61 por ciento en 2010. Honduras pierde 7 puntos bajando al 34 por ciento, República Dominicana pierde 6 puntos llegando a 54 por ciento, mientras Bolivia baja 5 puntos descendiendo al 59 por ciento. El caso de Argentina es también emblemático, porque junto con Uruguay y Costa Rica habían constituido en la década del 90 e inicios de la década del 2000 los países con alto apoyo a la democracia, hoy también presentan una tendencia a la baja.

El apoyo a la democracia en los 18 países de la región muestra nítidamente un punto de inflexión que se podría situar cerca de 2010 para una parte importante de los países, a partir del cual se comienza a producir un proceso de lento deterioro del apoyo, con altos y bajos, que no indican una recuperación y que muestran en cinco países, al menos, un deterioro más profundo. No es una situación alarmante, pero muestra una tendencia que debería llamar la atención y bucear en las causas.

Evolución de la satisfacción con la democracia por país

Fuente: Latinobarómetro

La metodología utilizada para medir el grado de satisfacción ciudadana con la democracia comprende un conjunto de variables, entre las que se destaca el grado de conformidad con las diferentes instituciones. En un listado determinado e igual para todos los países, la Iglesia –institución religiosa en general, sin importar el credo– tiene el mayor grado de confianza con un 65 por ciento; le siguen las Fuerzas Armadas con 46 por ciento, la policía con 35 por ciento, la institución electoral con 29 por ciento, el poder judicial y el gobierno con un 25 por ciento, el congreso 22 por ciento y finalmente los partidos políticos con el 15 por ciento. Es decir, que las instituciones políticas por excelencia gozan del menor grado de consideración por parte de los ciudadanos.

En cuanto al Poder Legislativo, la confianza ha mostrado una evolución, al igual que en el gobierno, relacionada con los ciclos económicos y el desarrollo de la política, siendo menos volátil que otras instituciones políticas. Esta fluctúa desde un máximo de 36 por ciento en el año 1997, un mínimo de 17 por ciento en el año 2003 para volver a aumentar a 34 por ciento en los años 2009 y 2010 y disminuir desde entonces al 22 por ciento en 2017.

Sin embargo, la institución legislativa es la que concita los menores grados de confianza. El país que más confía es Venezuela con 37 por ciento, seguido de Uruguay con 34 por ciento, y el país que menos confía es Paraguay con 10 por ciento seguido de Brasil con el 11 por ciento.

Respecto de los partidos políticos, su consideración es la más baja de la lista de instituciones de la democracia, y de las medidas en el año 2017. Sólo un 15 por ciento de los latinoamericanos confía en los partidos políticos. El mínimo que han alcanzado es 11 por ciento, en el año 2003, el máximo fue 28 por ciento, en el año 1997.

El país que más confía en los partidos políticos es Uruguay con 25 por ciento, y el que menos Brasil con 7 por ciento. La baja confianza en los partidos políticos coincide con la crisis de los sistemas de partidos y la relación entre los actos de corrupción – muchas veces ligados al financiamiento de la política, tal como lo prueba el caso global de Odebrecht  – así como con la irrupción de los nuevos medios de comunicación/crisis de representación que alteraron los esquemas de partidos mayoritarios.

Tanto en Sudamérica como en Europa, entender las causas de este deterioro lento pero persistente del ideario democrático tiene múltiples factores. Podríamos decir que la democracia es un esquema elástico de alta complejidad que no admite explicaciones simples a sus problemas. No es casual que las instituciones religiosas, caracterizadas por su rigidez y por ser dadoras de certidumbres – y por lo tanto conservadoras – figuran al tope del marcador, en tanto que las “más políticas” sufren el rezago propio de estar identificadas con la parte transaccional y más fluida e incierta de la negociación de intereses. En ese marco, en el que las dificultades se suman, los esquemas populistas presentan soluciones “mágicas” o maniqueas que van al encuentro de lo que quieren escuchar los votantes: mano dura, restricción a la inmigración, proteccionismo a ultranza, “que se vayan todos”, etc.

Las instituciones políticas democráticas sufren a causa de tener que procesar a una velocidad diferente – más lenta – a la de las expectativas de los ciudadanos, los distintos y complejos conflictos que la cruzan y que muchas veces requieren años de maduración.

Un estudio realizado por la francesa Fondation Pour l'Innovation Politique, similar al de Latinobarómetro  ha encontrado algunas respuestas inquietantes, aunque no concluyentes en los países europeos: el 88 por ciento de los españoles piensa que la mayoría de los políticos son corruptos; el 56 por ciento de los belgas piensa que votar es de poca utilidad; el 41 por ciento de los italianos y de los austríacos considera que un gobierno autoritario no sería una mala idea. Sin embrago, el 86 por ciento de los europeos considera a la democracia, y los valores que representa, un sistema insustituible.

En nuestra región, los partidos son difusos programáticamente y opacos en sus planteamientos sobre determinadas propuestas políticas –aunque a veces carentes de las mismas–. En tales circunstancias, los votantes son menos fieles a las organizaciones que, por esa razón, pierden su atributo de representatividad, lo que resulta en elevados niveles de volatilidad en las elecciones. Este escenario es fértil para el surgimiento de candidatos personalistas, sin vínculos partidarios estables y carentes de contenidos programáticos precisos. Ello conduce a una concepción de la representación que difiere sustancialmente de los postulados tradicionales y lesiona la calidad democrática, abriendo las puertas para el canto de sirena de los populismos, siempre dispuestos a decir lo que la mayoría quiere escuchar.

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