viernes 29 de marzo de 2024
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David Hockney: la fiesta del color

Nueva York. Con los primeros fríos del otoño, la actividad en las galerías neoyorquinas se aquieta un poco. Algunas aprovechan el feriado de Acción de Gracias para fabricar un receso de una semana, anticipando las fiestas y el próximo año. El mercado impone ritmos al tiempo que construye rutinas. Los museos, en cambio, pueden trabajar con el tiempo de manera diferente. Guardianes del pasado, con la posibilidad de trabajar ambiguamente con el presente y el futuro, e independizados de la lógica temporal, organizan su relación con el tiempo desde otra perspectiva y con otra fidelidad al calendario que el resto de la ciudad. Esto le permite al Met inaugurar, un lunes de fines de noviembre, una de las exposiciones más importantes y ambiciosas de la temporada: la retrospectiva del británico David Hockney.

La muestra es, ante todo, una celebración. Además de los 80 años del artista, la exposición permite a los espectadores festejar una trayectoria. La presencia de obras que cubren 50 años de producción genera una narrativa muy interesante que contiene la evolución biográfica y artística de Hockney. En tiempos en los que muy a menudo las obras aparecen como revelaciones fuera de contexto y que los artistas asumen un papel de organizador y hasta de diseño, las huellas humanas en la obra de Hockney devuelven el cuerpo de obra al territorio de lo íntimo y de lo personal.

Estamos, sin dudas, frente a un pintor excepcional. La adjetivación no es sólo un halago. La excepcionalidad de Hockney reside, fundamentalmente, en la búsqueda y el encuentro de un espacio de expresión particular alejado de las tendencias y las etiquetas. El artista de Yorkshire podría haberse instalado en la comodidad de una fórmula más de una vez en su carrera y, sin embargo, eligió la experimentación y la imaginación sin perder la personalidad, el sello y la firma.

Una muestra como la del Met permite apreciar este camino a la perfección. A diferencia de exposiciones anteriores de Hockney, como las del Gugenheim de Bilbao de hace unos años, en las que mostró sólo paisajes, y la de este mismo año, en la que expuso sólo retratos, la muestra es generosa con el espectador en permitirle acompañar al artista durante una vida de juego y de rigurosidad estética.

David Hockney nació en julio de 1937, en el mismo momento en que su artista modelo, Pablo Picasso, terminaba el Guernica. Tras una infancia tan feliz como éticamente rigurosa –su padre era objetor de conciencia– se mudó a Londres a cursar estudios de arte. Le fue muy bien desde el principio, y encontró una porción de fama muy rápido. Podría haberse instalado allí, tanto en Londres como en su registro, pero decidió seguir, viajando al sur de California, donde vivió y pintó por casi 50 años.

Para esta exposición, que el Met realiza en colaboración con el Museo Tate de Gran Bretaña y el Centro Pompidou de París, los curadores Ian Alteveer y Meredith Brown decidieron dividir las célebres Galerías Cantor que ocupan el salón 999 del segundo piso del Museo en 8 galerías. Pensada cronológicamente, la muestra está organizada pedagógicamente y le rinde más tributo a una lectura ordenada de la evolución del trabajo de Hockney que a un lucimiento particular de los curadores.

En las primeras salas están los trabajos tempranos del artista, tal vez los únicos que pueden ser etiquetados y puestos dentro de una escuela o tradición determinada, sin su sello propio. Hasta la mitad de esa década, las influencias del expresionismo abstracto son visibles en su obra y su producción admite las influencias de Francis Bacon e incluso del escultor francés Jean Dubuffet, con sus perfiles distorsionados y su brutalidad explícita. Emblema de estos años de primera producción es la obra del año 1962 que lleva por título “Cleaning Teeth, Early Evening (10pm) W11” en la que el juego violento entre dos bloques de color con formas humanas reconocibles y monstruosas conviven con la explícita mención de una marca de pasta dental, combinando elementos expresivos abstractos con algunos rasgos propios de pop. En estas mismas salas el espectador puede leer la evolución de Hockney hacia un primer lenguaje propio. Desde la abstracción, e incluso remedando viejas escuelas como el Shaped Canvas, como lo hace en “Tea Painting in an Illusionistic Style” el artista va buscando su camino particular incorporando lo que será, tal vez, el detalle conceptual y estilístico más importante de su obra: la figura humana.

Esta figuración es, como todo en Hockney, fruto del trabajo y la experimentación. En estas primeras salas se percibe el camino desde una figura con componentes abstractos importantes, subalternizada en escenas donde el color y las formas todavía predominan, hasta obras en las que la definición y relevancia de la figura humana emergen con un protagonismo casi absoluto.

Estamos en los años californianos y el juego entre elementos y estilos diferentes nutre la búsqueda de Hockney y adquiere un tono más personal desde lo pictórico y las ideas. En 1964 aparece por primera vez, con cierta timidez y acompañando el paso del óleo al acrílico, un tema que será el que mayor fama le traerá al artista: las piscinas californianas.

Esta temática va a dominar la obra de Hockney hasta la década del 80. Los paisajes californianos y las personas instaladas en ellos le sirvieron para encontrar su dialecto y para establecer su propia personalidad artística distanciándose de las modas y de las escuelas. La elección del modo figurativo fue para él, claramente, una opción diferenciadora tanto de la abstracción como de las nuevas formas performáticas y vanguardistas de esas décadas. Insistir con los cuadros, con las telas y con los acrílicos fue una apuesta fuera de época que terminó por constituirse en un modo más duradero de entender la contemporaneidad del arte y sus consecuencias creativas. Una de las obras icónicas de esta etapa, “A Bigger Splash”, opera como una síntesis del período. El tema, la forma de resolución y el espíritu de la obra marcan el tono del artista. Sobre un cielo trabajado a rodillo, plano y extenso, se recorta una casa típica, minimalista y geométrica que está detrás del personaje principal. El chapuzón, sin su protagonista humano, es el objeto central y su factura tiene una meticulosidad y un detalle tal, que es hiperrealista sin serlo. El propio Hockney alardeó de esto cada vez que pudo: “Me encantó la idea de pintar esto que dura dos segundos”, dijo. Pintar el borboteo de agua le llevó, en cambio, más de dos semanas de trabajo. Esta obra, tal vez la más famosa y la que más interés genera en los espectadores, no es la única ni en la que mejor retrata el artista las formas de vida californiana, con sus ambigüedades y contradicciones. Estos escenarios son, al mismo tiempo, desoladores y hospitalarios, ficcionales y reales, escenográficos y llenos de vitalidad.

Esta potencia se da mejor, a mi criterio, en otra obra del período, “Portrait of an Artist (Pool with Two Figures)”, pintada en 1972. En este enorme acrílico de más de dos metros por lado, Hockney muestra todo lo que quiere mostrar. A la limpieza de un paisaje que se complejiza a medida que avanza sobre quien mira –en este caso aparecen montañas detrás de la piscina, como adelantando su posterior etapa paisajista– se le suma el retrato, otro de los elementos centrales de su producción. En este caso, dos hombres, uno en el agua y otro en superficie, se esperan en la escena. La clásica transparencia del agua, la postura de los protagonistas, e incluso la proyección de la sombra del hombre parado fuera de la piscina dan al cuadro un ambiente de cierta nostalgia y combina cercanía y lejanía con una destreza infinita identificable en el resto de los retratos dobles de Hockney.

Durante los 80 experimentó un fugaz distanciamiento con la pintura, que afortunadamente duró muy poco tiempo. En ese lapso, trabajó en la producción de collages basados en fotografías. Usando una cámara Polaroid, superponía imágenes interviniéndolas hasta formar grandes obras. Estos joiners surgieron de un modo azaroso en medio de un estudio que el artista realizó sobre la fotografía de su época. Un tanto desencantado con los resultados, que juzgó demasiado esquemáticos y de poco relieve artístico, sobre la segunda mitad de la década, volvió a la pintura.

La pintura de finales de los 80 es la que se ve en la sala 6. La serie de paisajes que Hockney produjo entre aquellos años y los 2000 muestran su incansable búsqueda artística. Los colores de esta etapa van en camino a la saturación, llegando, incluso, a verse como colores flúo. Las escenas vuelven un poco sobre elementos abstractos y la naturaleza le gana espacio a la figura humana. Un buen ejemplo es la obra “Nichols Canyon”, uno de sus últimos acrílicos antes de volver al óleo. Un paisaje enredado de abstracciones le da marco a un camino de montaña que no tiene ni principio ni fin, en una zona regada de algunas casitas típicas y árboles florecidos y frondosos. En estos años la producción de Hockney alternó paisajes con piletas y edificios, y utilizó diferentes técnicas hasta instalarse definitivamente en el paisaje al óleo en los 90.

Las salas 7 y 8 guardan la última producción de Hockney. El crecimiento de la obra del artista tiene un fuerte sentido de coherencia. La utilización que hizo de la tecnología en la década del 80 reverdece en los 2000 dando paso al uso del iPad como instrumento creativo. Amigado con la tecnología desde hace 40 años –es sordo y usa un audífono Beltrone que le permite, al menos, mantener conversaciones razonables en ambientes mínimamente acustizados– Hockney usa su iPad para dibujar espontáneamente lo que ve y lo que imagina, para volverlo luego parte de sus obras.

La exploración de Hockney no termina. La última de las obras presentadas en la exposición es de marzo de este año y es un reflejo del uso de la tecnología y de su evolución artística. Las grandes terrazas azules del artista usan colores saturados, plenos y vivos, logrando una potencia visual infrecuente. En “A Bigger Interior with Blue Terrace”, recorta los planos inferiores de la composición dándole mayor perspectiva al espectador. La capacidad de trabajo y de experimentación de Hockney se muestra lejos de estar agotada.

Los festejos por los 80 años del artista terminarán en febrero de 2018. Los actores Alan Cumming y Simon Callow representarán The Animals, obra dramática basada en la pintura “Portrait of the Pair”, de 1968. Un paso más para probar que la obra de un gran artista contemporáneo nunca termina en ella misma.

Publicado en Revista Ñ el 10 de diciembre de 2017.

Link https://www.clarin.com/revista-enie/arte/david-hockney-fiesta-color_0_Hyt5YtObG.html

 

 

 

 

 

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