jueves 28 de marzo de 2024
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Angela Merkel. La astronauta rescatista

A Angela Merkel le gustaría ser astronauta “para ver el mundo desde arriba” le confesó a unos niños en un acto de campaña, cuando le preguntaron que le gustaría haber sido en lugar de ser doctora en Química, política y canciller de Alemania desde 2005.

Pero con su respuesta no se alejó mucho de su devenir existencial palpable. El ansia de mirar el mundo desde arriba lo cumplió, y lo seguirá cumpliendo. El domingo su partido, la Unión Democrática Cristiana (CDU), ganará las elecciones en el Bundestag, el parlamento, y dentro de un mes, reunidos en coalición con el partido que resulte segundo, será votada en secreto y por lo tanto, proclamada Canciller por cuarta vez consecutiva.

El Bundestag tiene una cúpula transparente que simboliza la Alemania de posguerra desde la que se mira el cielo, y que representa el espíritu de Berlín, esa magnífica ciudad que fue el símbolo de horror nazi primero, y de la partición de la Guerra Fría después, atravesada por un Muro que al final se esfumó en un santiamén.

Pero imaginemos que a Merkel se le cumple el sueño. ¿Qué vería desde el espacio sideral? Vería a la Tierra verdiazul. Identificaría los océanos, y de allí deduciría, a lo lejos y en un silencio vacuo, las múltiples respiraciones políticas de ese pequeño globo. América del Norte con Trudeau posando y Trump tuiteando, América del Sur y la bomba de tiempo que madura en Venezuela. Del otro lado del Pacífico, la pequeña Corea del Norte y el hombrecito que avista misiles tras un escritorio.

 

Observaría su Eurozona, que tanto trabajo le costó proteger de los incendios financieros que viene sufriendo desde la crisis del Euro en 2007 producto de la burbuja inmobiliaria añadida una año más tarde a la caída del Holding Lehman Bro. en Estados Unidos  y de la que salvó a Alemania airosamente de ser afectada con su política de mesura y ahorro . Oh, Grecia. Oh, Irlanda, Oh, España. Oh, Portugal, suspiraría Angela mientras orbita. Y contemplaría allá arriba el Reino Unido brexiteando miedoso.

 Y luego, miraría el desastre de los desastres, ese mar Mediterráneo por donde surcan balsas precarias atestadas de inmigrantes huyendo de la guerra y la miseria. Trazaría rápidamente, por la escala, ese derrotero que hicieron en 2015 1,3M de refugiados que recibió en su país, que habiendo sobrevivido el viaje del destierro, quedaban vallados por Hungría que les había trabado los molinetes de la frontera.

Arrastra y, a la vez, amoneda en la Historia el apellido de su primer marido, Ulrich Merkel. En la actualidad está casada con “el fantasma de la ópera”, el químico cuántico Joachim Sauer, a quien apodan así porque se aparece en público solo cuando va con su mujer al teatro, y a quién conoció por ser su tutor en su Tesis Doctoral en Fïsica. Merkel no tuvo hijos.

Nació en Hamburgo (Alemania Occidental) en 1954. Pero enseguida a su padre, un pastor luterano, le salió el pastorado en la Alemania Oriental. Vivieron bajo el régimen socialista pero a su familia le permitían pasar al Oeste, aunque vivían bajo vigilancia. Cuando cayó el muro de Berlín, ella estaba en un sauna, al que concurría cada semana, por lo que no se enteró hasta que salió. Y tampoco fue a festejar con sus compatriotas ni a tomar una de las cientos de miles de cervezas que se bebieron ese día, porque tenía que madrugar.

En febrero de 1990 ingresó en la CDU. Helmut Kohl fue quien la nombró ministra de Medio Ambiente, cargo que ejerció entre 1994 y 1998. Con astucia política en el año 2000 difundió irregularidades financieras de Kohl en un diario y le arrebató a su mentor la Secretaría General, con el apoyo de quien en la actualidad es su ministro de Finanzas, Wolfgang Schäuble.

En 2005, la primera mujer y primer político crecido y criado en el Este asumió la Cancillería alemana.

El dogma de la austeridad y el ahorro, que heredó de su padre protestante, convirtió a Alemania en la primera potencia europea del siglo XXI.  Ella misma es sencilla y mesurada: renunció a la vivienda oficial y reside en su departamento en el centro berlinés, frente al Museo de Pérgamo. Le hace el desayuno a su marido todos los días, declaración que le valió un brindis en su honor en un viaje oficial a Nigeria, cuando el mandatario machista Goodluc Johnathan, le pidió a todas las nigerianas que siguieran su ejemplo. Usa siempre tailleurs que sólo varía en el color (me figuro dos casos de vestuaristas frustrados con mandatarias, si es que existieron: el que sólo escoge el color del traje de chaqueta de Merkel para la semana y el que sólo elegía de los catálogos las prendas negras para la presidenta viuda de Argentina, Cristina Kirchner). Entonces los chicos periodistas por un día escarbaron en lo importante: su comida preferida, los spaghetti a la bolognesa; su hobby, cultivar papas. ¿Y tu color favorito, Canciller? El azul.

 

Los refugiados tienen pánico de que exista una Alemania sin Merkel. Más allá de que ella, la mutti (madre), como le dicen, haya perjurado en la campaña que lo del 2015 no va a volver a pasar.

Entre los numerosos partidos que se presentan el domingo a los comicios aparece el increíble Partido de la Sátira, creado hace más de una década, que si llegara a obtener el 5% requerido cumpliría su único cometido político-paródico: entrar en el Bundestag y hacer enojar a Angela Merkel.

Pero los que sí pueden lograr el 5%, y éstos no hacen pantomima, son el partido neonazi Alternativa para Alemania (AfD) que busca encender el voto xenófobo. La ola está de fiesta, susurran Trump y los Brexit.

Desde el espacio azul Angela observaría a Berlín, al Bundestag vidriado, a los inmensos parques verdes de la ciudad surcada por el zigzagueante río Spree y toda ese gente tomando Riesling a sus orillas. Vería a toda Alemania con tantos millones de turcos adentro, y a algún conato neonazi por allí, y a sí misma, manejando el Bundestag y a Europa desde allí.

Se vería a sí misma con esos zapatos sin tacos, ese calzado tipo pantufla que usa. Angela parece una mujer de su casa, de entrecasa, de living con Wagner de fondo, con libros de Max Weber en la biblioteca y con su marido haciendo cálculos extraordinarios en la habitación de al lado.

Pero ella no es de entrecasa. Es la mujer más poderosa del mundo. Y volverá a ganar.

 

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