viernes 19 de abril de 2024
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199 velitas para Marx

El 5 de mayo de 1818 nació Carlos Marx. 101 años después daría comienzo el experimento político más grande realizado en su nombre: la URSS. Podríamos decir que fue el primer científico de “la grieta”, el primer pensador moderno en impugnar el orden capitalista con fundamentos económicos y políticos, extensamente compilados en El Capital, aparecido en 1867 y cuyos dos últimos tomos fueron publicados por su amigo Federico Engels, en forma póstuma. Basado en el modelo de David Ricardo, construyó su propia doctrina económica. Partiendo de la idea clásica, en la que  sólo el trabajo produce valor, Marx conceptualizó a la plusvalía y a su apropiación por parte de los propietarios como la piedra basal injusta en la que se cimentaba el capitalismo y permitía su acumulación incesante.

La plusvalía, esa parte del trabajo no pagada al obrero y apropiada por el capitalista, era la esencia injusta, ilegítima y violenta del sistema económico capitalista, en el que veía la base de la dominación, “la grieta” entre los propietarios y los proletarios, los ricos y los pobres.

Karl Marx, proveniente de una familia judía de clase media, estudió en las universidades de Bonn, Berlín y se doctoró en la de Jena, en 1841. La huella de Hegel fue muy profunda en su forma de pensar, aunque sustituyó el idealismo hegeliano por la concepción materialista, según la cual las fuerzas económicas constituyen la infraestructura subyacente que, a la vez, determina, fenómenos “superestructurales” como el orden social, político y cultural. La superestructura “vela” en términos gramscianos, la grieta de la estructura.

Convertido en un demócrata radical, el joven Marx trabajó como profesor y se desempeñó como periodista. Sus ideas políticas revolucionarias lo obligaron a dejar Alemania e instalarse en Francia, en 1843. Allí conocería y trabaría una entrañable amistad con Federico Engels –su sostén económico durante gran parte de su vida– e iría pasando de Bélgica, a Alemania y de allí a Londres, lugar en donde se asentó a escribir el grueso de la obra que hoy conocemos. En 1848, a petición de una liga revolucionaria clandestina formada por emigrantes alemanes, Marx y Engels compendiaron las ideas del socialismo científico en el Manifiesto Comunista, un brulote situado en el contexto de las revoluciones europeas de 1848, o revoluciones burguesas como las llamaría Eric Hobsbawm.

En otras obras suyas, Marx completó la base económica de su razonamiento con reflexiones de carácter histórico y político: precisó la lógica de lucha de clases que, en su opinión, subyace en toda la historia de la humanidad y que hace que ésta avance a saltos dialécticos, resultado del choque revolucionario entre explotadores y explotados –en los momento de profundización de la grieta– como consecuencia de la contradicción inevitable entre el desarrollo de las fuerzas productivas y el “corralito” en el que están constreñidas las relaciones sociales de producción.

Para Marx, el objetivo último de la revolución socialista que esperaba era la emancipación definitiva y global del hombre, mediante la abolición de la propiedad privada de los medios de producción, que era la causa de la alienación de los trabajadores. Ese sería el paso lógico y una nueva síntesis de la espiral dialéctica a la emancipación jurídica y política realizada por la revolución de la burguesía. El futuro socialista que avizoraba inevitable, tendría a la “dictadura del proletariado” como un mero instrumento temporario, pues el objetivo no era la creación de un Estado omnipresente, sino el paso a la fase comunista en la que, desaparecida “la grieta”, ya no sería necesario el poder coercitivo del Estado. En ese entendimiento, los llamados “socialismos reales” nunca pasaron de la fase instrumental y generaron Estados fuertes que sostuvieron “la grieta” con otras características.

Hasta aquí, las predicciones acerca del inevitable colapso del sistema capitalista, no parecen haber contado con su vigor y su capacidad de adaptación, lo cual no significa que no pueda ocurrir. Tampoco imaginó Marx que una decena de personas en el mundo actual tiene la capacidad de reducir el planeta a una mera grieta humeante.

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