viernes 29 de marzo de 2024
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Un liderazgo presidencial que depende de delicados equilibrios

Con el inicio del nuevo gobierno, la ciudadanía argentina se ve una vez más ante sentimientos encontrados de esperanza, ansiedad, incertidumbre y desconfianzas. Lógicamente, no hay ni puede haber muchas certezas sobre la etapa que se abre. Solo se pueden evaluar los desafíos que el país tiene por delante, y los recursos del elenco que gobernará en los próximos cuatro años.
Gran parte de los problemas de la Argentina son estructurales. Son dificultades anteriores a 2015, y también a 2003. La pobreza, la inflación, la desigualdad, la falta de inversiones nacionales y extranjeras, un Estado ineficiente, una estructura impositiva regresiva, la deuda externa, un empresariado con tendencias rentísticas, un sindicalismo averso a la productividad, sistemas de jubilaciones y de subsidios quebrados, una intelectualidad superficial y una dirigencia política mediocre son algunos problemas centrales y urgentes que la Argentina debería poder enfrentar de una vez por todas.
Por supuesto, abordar esos déficits no es tarea fácil, porque se sabe además que toda decisión política produce beneficios y perjuicios, y es preciso evaluar sus consecuencias también en el mediano y largo plazos.
Por ejemplo, muchos queremos que el Estado garantice de manera efectiva derechos que reduzcan la desigualdad social (en temas, por nombrar solo dos, como salud y educación) pero no que ese gasto se financie de manera sostenida con deuda, emisión monetaria o atajos impositivos que desalienten la generación de riqueza a futuro.
Sobre todo en momentos de crisis y quizás de definiciones históricas como el que estamos viviendo, las recetas fáciles y los discursos absolutos son solo golpes de efecto que no hacen más que generar mayor desconfianza e indeseados hartazgos.
Todavía no sabemos qué tipo de presidente será Alberto Fernández?, ni cuáles serán los retos que pondrán a prueba su capacidad, su visión y/o su carácter. ¿Cuál será, al finalizar sus días como presidente, el gran desafío por el que será recordado?
Los gobiernos son definidos por un sinfín de circunstancias, pero siempre hay una batalla que deja una marca indeleble. Para Alfonsín fue la cuestión militar y el pasado autoritario. Para Menem, la inflación. Para De la Rúa, la trampa de la convertibilidad. Para Duhalde, la gobernabilidad. Para los Kirchner, la reactivación del consumo. Y para Macri, la tolerancia. ¿Será la circunstancia de Fernández trazar el inicio de un camino de desarrollo compartido, como bosquejó en su discurso de asunción?
Alberto Fernández tiene muchas cualidades a su favor: es un hombre formado, tiene mucha experiencia de gestión, y conoce bien el funcionamiento del Estado y los resortes de la política. Habrá que esperar a que su gobierno eche a andar para conocer su rumbo.
Tendrá por delante opciones difíciles, y aunque el inicio de un nuevo gobierno renueve las esperanzas de poder avanzar hacia un camino de desarrollo económico, político y humano que mejore la calidad de vida de la ciudadanía, los caminos a elegir requieren diferentes recursos e instrumentos para ser transitados.
Abordar problemas estructurales necesita, por un lado, bases amplias de consensos políticos y pautas compartidas (léase instituciones) que garanticen los acuerdos y la asimilación de los costos políticos de las decisiones que se tomen. Por otro lado, demanda también desandar senderos conocidos.
Desde hace dieciséis años, que equivale a una generación de argentinos, la política vernácula se regodea, estéril, en la grieta: no se reconoce legitimidad ni logro alguno en el otro, en el que solo se advierte maldad y autoritarismo, mientras se niegan todas las fallas y se exaltan hasta el paroxismo las acciones, incluso algunas venales, de los propios.
Por suerte, parecen advertirse algunas (solo algunas pocas) leves señales superadoras de esta situación negadora de la política. Pero para ser eficaz, el camino de los consensos necesita, tanto en el gobierno como en la oposición, actores creíbles de llevar adelante conversaciones sinceras, negociaciones verdaderas y acuerdos cumplibles. Seguir machacando con los errores de los otros sin reconocer los propios no contribuirá en nada a ese camino.
El discurso inaugural de Alberto Fernández, así como su gestualidad en la misa de la víspera parecieron querer dar vuelta la página de los desencuentros. Pero aun si esas muestras son sinceras, nunca depende todo de la voluntad de un gobernante, sino también de sus circunstancias. Los contextos global y regional no son los mejores, y el nuevo Presidente no es (al menos hasta ahora) un líder, sino un resultado de equilibrios internos de una coalición bien heterogénea cuya estabilidad no está garantizada desde el vamos.
Adicionalmente, el poder real lo detenta Cristina Kirchner, cuyas parcialidades son bien conocidas por todos y siguen a la vista, y tiene recursos de sobra para contrarrestar letalmente una eventual tendencia hacia la autonomía de la figura presidencial.
Quizás el nuevo Presidente nos sorprenda con una actitud innovadora en el manejo de los profundos problemas externos y los delicados equilibrios internos que tendrá que afrontar. Es una tarea ciclópea que solo podrá sobrellevar si demuestra ser un gran político.
La alternativa conocida es que Alberto Fernández sea un escalón más en la imposibilidad que tiene el unilateralismo de la política argentina de ir algo más allá de declaraciones vacías y convocatorias ficticias al diálogo, que como ya está demostrado sobradamente, no logran mejorar la economía ni mucho menos la vida política del país. Ojalá no sea el caso.

Publicado en Clarín el 18 de diciembre de 2019.
Link https://www.clarin.com/opinion/liderazgo-presidencial-depende-delicados-equilibrios_0_HeJyiSOv.html

 

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