jueves 28 de marzo de 2024
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Toda oferta genera su propia demanda, ¿o es al revés?

Publicado en El Día el 22 de enero de 2017

El jueves a la mañana todavía estaba caliente el sillón del despacho que Carlos Melconian ocupaba sobre la ochava de 25 de Mayo y Rivadavia, en plena sede del Banco Nación. Javier González Fraga acababa de ser designado en su reemplazo y en la primera entrevista que dio a los medios, levantó polvo por radio Mitre.

La controversia no se disparó tanto por sus planes en la entidad que le tocará conducir, como por sus opiniones sobre la macroeconomía del país. El ex presidente del Banco Central sostuvo que su prioridad estaría en los créditos a la producción, con particular énfasis en las Pymes y en el sector agropecuario, al mismo tiempo que confesó que le desvelaba el sueño de que todos fueran propietarios, adelantando que trabajaría fuerte en materia de créditos hipotecarios.

Pero si la ausencia de menciones al consumo parecía un olvido circunstancial, el economista se encargó de dejarlo bien claro: “La recuperación de la economía tiene que venir de la mano de la inversión, incentivar el consumo sin un correlato en la producción acaba en mayores presiones inflacionarias o se desvía hacia mayores importaciones”.

Cuando le pregunte si los inversores no necesitaban que se reestableciera primero el consumo para tomar sus decisiones de ampliación de capacidad productiva, González Fraga recurrió al economista clásico Jean Baptiste Say, a quien se le atribuye haber dicho que “toda oferta genera su propia demanda”. La lógica es bastante simple; cuando se invierte en la fabricación de una maquina o en la construcción de un edificio, se pagan salarios a los trabajadores del mismo modo que se remunera a los otros actores del proceso productivo, por lo que en el momento en que se materializa la inversión, del otro lado del mostrador se llena el tanque de combustible de la demanda.

¿Lo dijo o no lo dijo?

El primer problema con esa afirmación es que Say nunca dijo exactamente eso. Como buen pensador clásico, el francés comprendía perfectamente que podían existir productos no demandados por parte del público, pero también es cierto que no había manera de que existiera demanda sin una producción que, al pagarle a los factores que la hacen posible, pone en los bolsillos de trabajadores y capitalistas, el dinero para poder comprar lo que se ha fabricado. La oferta, en el sentido de los clásicos, no garantiza la demanda de todos los productos, pero era condición necesaria para que la pulsión de compra pudiera canalizarse.

En el pensamiento clásico, el encargado de volver a equilibrar la oferta y la demanda es el sistema de precios. Habrá obviamente productos no demandados, al mismo tiempo que existirán casos de productos que se agoten por ser más requeridos. Bajará el precio de los primeros y subirá el de los segundos.

La revolución keynesiana

El problema con el razonamiento de Say, es que entre los bienes que es posible demandar esta también el dinero, tal y como planteó John Maynard Keynes en su famosa Teoría General, ¿qué pasa si la gente no tiene ganas de consumir?, por ejemplo, porque existe incertidumbre respecto del futuro del empleo y por lo tanto muchos prefieren tener dinero en su poder, en vez de cambiarlo por bienes.

No se trata ya de un problema de un bien, que por ser considerado de mala calidad o por no satisfacer una necesidad, no resulta demandado. Estamos hablando acá de una caída global de la demanda, que se muestra impotente para cumplir con lo que había pensado Say.

Por esta razón el economista inglés proponía apuntalar la demanda global, vía un mayor gasto público primero, e incluso con estrategias proteccionistas que redujeran las importaciones después.

Pero estamos en Argentina

El problema se complica porque en nuestro país, con los niveles de inflación de los últimos setenta años, es una locura quedarse con dinero local en los bolsillos. Por eso cuando acá recrudece la incertidumbre respecto del futuro, lo que ocurre es que en vez de consumir o invertir, las personas corren a comprar dólares, presionando su precio al alza y generando una crisis de balance de pagos.

Tampoco por supuesto aquí la solución pasa por inflar el consumo, porque si no resulta rentable producir, o si hay cuellos de botella en materia energética, o de escasez de trabajadores calificados, por poner solo dos ejemplos habituales, entonces cualquier anabólico para el consumo se filtra a la compra de bienes importados, o directamente a la adquisición de moneda extranjera, cuando no explota en remarcaciones de precios.

Por eso resulta fundamental eliminar la inflación, para que la preferencia por liquidez de la población pueda canalizarse en moneda local y al mismo tiempo establecer mecanismos contra cíclicos que operen de estabilizadores de la actividad económica, reduciendo la incertidumbre sobre el futuro de la economía.

Solo de ese modo, la decisión de la gente de quedarse con dinero en el bolsillo, habilita el reemplazo de la demanda privada de bienes, por consumo e inversión públicas, porque el efectivo que las familias retienen es una especie de bono que no paga interés. El único que se pone contento si, en cambio, ahorramos en dólares, es Donald Trump, porque con nuestra demanda de billetes verdes financiamos el déficit fiscal que sus políticas van a generar en los Estados Unidos.

Lo que obviamente no puede ocurrir y por eso resulta fundamental recuperar la demanda de dinero local, es que la demanda privada se vaya a financiar el déficit fiscal de otros países y al mismo tiempo el Estado pretenda tapar el agujero que queda en casa, gastando más.

Link http://www.eldia.com/opinion/toda-oferta-genera-su-propia-demanda-o-es-al-reves-195315

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