viernes 29 de marzo de 2024
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Portarretratos: “Fidel Castro, el caribeño vaivén”

Un ave, un manto, perla de terror,

aulló dentro de mí,

mi perro lazarillo me abandonó,

tuve que guiarme con tu voz.

 

Y si acaso podría creer en algo,

me gustaría creer

que al pie de la montaña

hay alguien que me espera

para enseñarme a ver a través,

para enseñarme a ver.

 

(El Maestro – Babasónicos)

 

Se terminó el siglo XX, que ya había terminado a fines de los años ochenta. Se terminó el viejo Fidel colostomizado, vestido con conjunto deportivo de tela de avión que usaba como esos ancianos que pasan del zapato de vestir a la zapatilla por los cayos y los juanetes o por el miedo a los resbalones, cuando ya había terminado el revolucionario Castro del traje de fajina. Fue todos los hombres contradictorios que caben en noventa años de lucidez y de buena fortuna. Fue a cada tiempo la imagen de todo lo fuerte que puede ser un hombre de cada edad que tuvo. Si cada etapa de la vida está regulada por un estado de ánimo que se inscribe en el balance físico y moral de la esperanza o el desencanto, Fidel fue un caprichoso protagonista de su yo narcisista de principio a fin. Un fabuloso autocomplaciente de su necesidad de poder, de su necesidad erótica y de su voluntad de trascendencia. Un ganador.

Es la hora de comprobar la veracidad de su vaticinio histórico: “La historia me absolverá”, se agrandó ante el tribunal que lo condenaba a prisión tras atentar con el orden tutelado entonces por otro dictador; Fulgencio Batista. Si la historia se escribe post mortem llegó la hora de dictar sentencia. Pero si la historia ES el pasado ya hay tomos y notas y reportajes y análisis y hechos que permiten sacar alguna conclusión. La historia dispone de décadas para hacer el retrospectivo juicio de condena o absolución.

Fidel Castro entró a la hora de su muerte con su revolución vivita y coleando. No conoció la derrota ni en el campo de batalla ni en la política. Su hermano Raúl anunció la novedosa, y en absoluto sorprendente, fecha; uniformado pero beligerante como si continuara bajando de la Sierra Maestra, ahora junto a su hermano en ciernes póstumo.

Nació rico y murió rico Fidel. Era el hijo de un hacendado gallego, y jamás borró el lazo umbilical que lo unía con Galicia ni con el jesuitismo pese a su ateísmo declarado. El Papa Francisco viajó a la isla y le destinó una sonrisa casi redentora. Su madre, una criada de la finca con la que Castro padre tuvo ocho hijos sin haberse casado.

Fidel vivió entre lujos, contó uno de sus guardaespaldas a quien tras servirlo durante años Castro envió a prisión primero y al exilio después. Pero no fue sólo un corrupto más. Todo es mucho más complejo y más grande también en torno suyo. No se entiende la historia sin la gesta férrea del Comandante. Con mano de hierro gobernó su Cuba liberada, pero también se plantó frente a los Estados Unidos. Exportó su revolución a Latinoamérica, con éxito e infortunios. Chávez y Evo y antes muchos otros. Prohibió la religión católica e importó la guerra fría que se propagó como un reguero de sangre por todo el subcontinente.

Tuvo que gestionar creativamente la economía hermética de la Isla hasta el ridículo. Las economías centrípetas más el Partido Comunista fueron caldo de la burocracia más elaborada y desprejuiciada. Medidas proteccionistas de la nada, otras que repelían el veneno del dinero, el de la libertad sexual, el de la libertad de expresión. Cuba marca país fue la explotación del paisaje caribeño más la leyenda revolucionaria que devino en el apartheid entre los cubanos y los millones de turistas que dejaban sus dólares en la isla museo, en la prostitución socialista, en la arena trovadora; de dónde se iban confundidos para rápidamente olvidar.

Fidel Castro fue un hombre paradójico y su Cuba se volvió paradojal: en Wikipedia se lee: Cuba: Estado socialista, Dictadura, Estado unitario, Presidencialismo, Unipartidismo, República.

Fue un amante hípico (lo apodaban Caballo), épico. Y supernumerario. Con su porte varonil, su uniforme verde militar, la barba vegetal, su habano en los labios y la labia mareante. Su poder y el caribeño vaivén.

Un hombre carismático con buena suerte, bien aspectado. La bella espía estadounidense que debía seducirlo con encantos mujeriles y luego asesinarlo terminó enamorada al punto que cuando Fidel descubre, porque ingenuo no era, quién era ella, le da un arma y la apura para que lo ejecute de una vez, si era tan fría, si era tan brava. Pero Marita Lorenz, la espía, se dio cuenta que estaba frente a una misión imposible por culpa del amor. El amor que siempre otorga amnistías.

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